Cartagena no ha sido, entre las capitales de Colombia, una de las favorecidas con la elección popular de alcaldes. La crisis que soportó el año pasado fue el estallido de una suma de fracasos por el divorcio entre las necesidades comunitarias y las decisiones de la Administración Distrital. Fueron tan protuberantes los hechos que la perjudicaron, que la distancia entre los objetivos del gobierno –o de los alcaldes– y la suerte de las aspiraciones ciudadanas decepcionaba a los electores más optimistas.
¿Por qué nos apuntábamos, en cada período, a una nueva frustración?
Porque, de un lado, parte de la élite cartagenera trataba de acomodarse para preservar intereses económicos de clase y pescar generosidades oficiales del candidato con más opción, y de otro, la yunta de usureros electorales que vive del voto mercancía, trataba de asegurar los réditos de lo que invierte en el descarado negocio de elegir a un experto en obediencia retributiva.
No hay que forzar el caletre para saber que con esa estrategia dual no se gobierna para la sociedad, sino para los privilegiados que hipotecan el fuero del alcalde. Los gabinetes y la contratación son la garantía de que los actos administrativos no se expiden con los fines previstos en la Constitución y las leyes, sino de conformidad con lo que exijan el malandrinaje de cuello blanco y los banqueros privados del comercio de gajes y sinecuras.
Hoy volvemos a las urnas con una nueva esperanza de cambio a ver si, de pronto, con una elección acertada, logramos un giro que nos depare una gestión administrativa sin distorsiones ni corruptelas, ajustada a la responsabilidad de gobernar sin corredores de carga con peajes ofensivos para el acreedor que cobra lo justo por un servicio o el beneficiario de un derecho convertido en presa de asalto por caciques que ordenan y pagadores que cumplen órdenes, y que también van ahí, en la palangana de cada extorsión.
Seguimos soñando con devolverles dignidad a la política, a los gobiernos locales y a la corporación administrativa del Distrito. Empezaríamos bien si con voluntad y carácter se inicia una tarea que reanime la fuerza creadora de la Cartagena que tantas veces se ha rebelado contra la piel de serpiente de las aberraciones políticas y morales que la asedian. Es la incógnita por despejar si son, ciertamente, otros los ojos con que se mire el panorama melancólico de su desorientación actual.
Voy a votar por mi candidato (Dionisio Vélez Trujillo), porque es una cifra nueva de nuestra política que se atrevió a competir con la convicción de que Cartagena no puede seguir teniendo alcaldes o alcaldesas sin investidura, pero con autoridad y mando, mientras el pueblo marginado continúa pagando en pobreza, analfabetismo, enfermedades y muerte, el tutelaje humillante de las tulas.
*Columnista
carvibus@yahoo.es
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