Columna


El drama del suicidio

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

04 de febrero de 2018 12:00 AM

Ya no es extraño que entre nosotros la gente se suicide. Contemplamos, sobrecogidos, un espectáculo tan trágico como morboso. Doloroso y triste el drama de los jóvenes estudiantes que el año pasado se suicidaron en colegios de la ciudad. Eran de barrios humildes y colegios de la periferia. Quitarse la vida ya no es raro entre nosotros. El suicidio dejó de ser aquel hecho vergonzante que algunos familiares y amigos trataban de hacer aparecer como una muerte accidental. Hoy es algo que algunos “trasmiten en directo”. 

La prensa sigue titulando: “La encontró con otro y la mató, luego se suicidó”; “Falleció al caer de un décimo piso”; “Joven fue encontrado colgado de una sábana en su habitación”; “Murió joven al dispararse con una escopeta”. 

Los siquiatras señalan algunas de sus raíces: la muerte del cónyuge, una enfermedad incurable, las frustraciones, traumas de la guerra no superados, la soledad, el sinsentido, problemas de pareja y la depresión, entre otros.

Por otra parte, desde los estudios de E. Durkheim, el suicidio interesa cada vez más a sociólogos y observadores de la sociedad. Aunque el factor desencadenante sea una crisis personal, los suicidios nos descubren también, de alguna manera, la crisis y el fracaso de una sociedad donde los individuos pueden llegar fácilmente a desintegrarse.

El Dr. Freddy Goyeneche, docente e investigador, considera que “el desprecio a la vida expresado en los linchamientos frecuentes, la insolidaridad, los atracos que cercenan vidas, la exclusión, pobreza y marginalidad, son expresiones de una cultura de muerte, que, dado el estado emocional y de vulnerabilidad de las personas, pueden estar asociados a un desenlace fatal”. Todos estamos hechos del mismo barro…pero no todos “los barros” tienen la misma consistencia y mucho menos si son “barros” jóvenes.

Es aquí donde surge la pregunta más inquietante: ¿este suicidio es sólo el problema de algunos jóvenes, adultos y ancianos o es la sintomatología de “una cultura suicida” promovida inconscientemente por todos? ¿Por qué algunos jóvenes valiosos se quedan sin una razón para seguir viviendo? ¿Qué les falta y no encuentran en nosotros? ¿Por qué no creen en nada ni en nadie?

No respondamos con simplismo estas preguntas. Cada persona es un misterio. Lo sabemos y lo respetamos. La percepción de “Cartagena Cómo Vamos” nos acaba de decir que el 50 % de nuestra población no es optimista. Lo que más necesitamos hoy es fortalecer la fe, darle sentido a nuestra vida, llenarnos de esperanza y tener paz interior. ¿No necesitará la ciudad un encuentro más personal e íntimo con Jesús, que llene de sentido nuestras vidas y que nos permita descubrir al Dios amigo, cercano, en esos momentos de tristeza y oscuridad? Ojalá demos este paso decisivo frente a este grave problema de salud mental. Ayudaría también si las hormonas de los cartageneros no corretean sus neuronas.

Padre Rafael Castillo T.

 

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