Columna


El fenómeno de Castro

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

07 de agosto de 2016 12:00 AM

El levantamiento de “La Demajagua”, la revolución universitaria de 1923 y el remezón político de 1930, constituyeron en Cuba tres antecedentes en los cuales Fidel Castro basó su guerra contra Batista. En los tres casos los cubanos propiciaron saltos bruscos en una sociedad que necesitaba un destino. Las leyendas de Martí, Mella, Guiteras y otros revolucionarios inflamaron lo que Chomsky denominó después la gama de medios de una transformación estructural.

El primer gran mérito político de Castro fue que se propuso prolongar en su revolución el esquema de los tres experimentos anteriores, pero preservándola de las interferencias externas y los torpedos internos encaminados a detener una autodeterminación de origen popular que independizara a una isla tatuada con la aguja de la Enmienda Platt.

Con pie firme obró Castro sin suscitar de entrada la reacción norteamericana. Hasta los fusilamientos de 1959 los interpretó Eisenhower como un acto reparador de las crueldades del régimen anterior, no como la decisión de un estado mayor sospechoso de marxismo-leninismo. Así pudo avanzar en la ruta fijada para dos retos enormes: nacionalizar los ingenios y la Reforma Agraria.

Al destapar Fidel sus cartas, el Tío Sam se enfureció y los pueblos latinoamericanos acogieron con beneplácito ese retorno a la alborada que los barbudos realizaron, sin que las antipáticas purgas iniciales en las filas de la Revolución le mermaran impacto. La cosa iba viento en popa, y empezó a diluirse la leyenda según la cual la dictadura del proletariado no era un arquetipo para el trópico.

El bloqueo norteamericano afianzó a Castro y la incorporación de Cuba al bloque soviético limitó la agresividad de Estados Unidos, porque no sufrió los rigores de otras naciones que eligieron gobiernos de izquierda y fueron invadidas a sangre y fuego. Los gringos no se atrevieron a invadirla ni a sangrarla. La magia del caudillo se abroqueló en la unidad de su gente y en la autoridad moral que le imprimía la solidez de sus convicciones.

El fenómeno intelectual y humano de Castro –talento, desorden en los afectos, teatralidad, coherencia y audacia– explica por qué una dictadura como la suya, a pesar de los abusos cometidos con la propiedad, la libertad y las ideas de sus compatriotas, sobrevive a las adversidades. Su personalidad arcaica y apasionada dominó la escena a lo largo de cincuenta años de provocaciones al imperio. 

No tuvo Castro necesidad de bufonadas para que se le considerara, a la misma altura de Martí, el fundador de una Cuba distinta, víctima de una utopía que la sumió en la miseria, pero hecha al gusto, la obstinación y el pensamiento político de su comandante, quien celebrará el sábado próximo, lúcido y activo, los 90 años.
*Columnista


carvibus@yahoo.es

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