Columna


El fuego que nos consume

ÁLVARO E. QUINTANA SALCEDO

22 de mayo de 2014 12:02 AM

La desvencijada carrocería del UVS 556 modelo 93 se quemó del todo. Tal como se quemó la humanidad de los 34 niños inocentes de la tragedia de Fundación Magdalena. El domingo temprano, el chofer y su ayudante fueron contratados para transportar a los niños que asistían a un servicio religioso. Pero el  viejo bus no solo fue cargado con niños,  metieron  pimpinas de gasolina como muchas veces lo habían hecho. Algunos estiman que el bus cargaba más de 4 toneladas de gasolina.

El contrabando de Gasolina es un negocio que ha crecido más allá de lo esperado en innumerables poblaciones del Caribe Colombiano. Cientos de hogares dependen económicamente del negocio, bien sea haciendo la transacción económica, bien sea  almacenando en la casa usada como bodega, o bien en el transporte y distribución el combustible. 

Los surtidores ilegales dan la posibilidad de comprar gasolina subsidiada de Venezuela a un precio muchísimo menor al que encontrarían en las estaciones de servicio. Municipios como Maicao, La Paz, Uribía, Fundación, Aracataca e incluso capitales como Riohacha, Santa Marta y Valledupar; el contrabando de gasolina es un mercado de jugosas ganancias.

Del accidente se pronunció hasta el Papa. Colombianos de todos los rincones nos hemos sentido aludidos y golpeados en lo más profundo de nuestras susceptibilidades. Como si le hubiera pasado a un familiar nuestro todos sacamos tiempo para lamentarnos y todavía para lamentarnos habrá mucho tiempo.

Para el ser humano que no es consciente de sus propias culpas, le es fácil buscar la culpa por fuera.   Para culpar sobran las palabras. En pleno apogeo de la campaña política para presidencia, se escucharon voces que validaron un oportunismo mediático que en afanes egoístas buscan culpables, aprovechándose para aprovecharse del tema para ganar adeptos. 

Aun desconocemos lo que hicieron los contendientes políticos cuando fueron ministros o funcionarios públicos del alto gobierno, para detener la flagrante violación de leyes y normas, que ante los ojos de toda autoridad creció sin freno en poblaciones donde la cultura de la ilegalidad trata de cubrir las falencias de un Estado ciego y dormido.

La pobreza y el abandono de nuestras poblaciones son el combustible que en lugar de la gasolina consume diariamente la humanidad de nuestros niños y niñas. Se nos ha hecho fácil juzgar los padres de las víctimas, a la congregación religiosa, al conductor y a quien se nos ocurra, pero en Colombia la cultura de lo ilegal, de lo fácil y de lo informal se ha arraigado en un marco político y social que lo predispone.

Como ciudadanos exijamos a nuestros gobernantes que la planificación de nuestro desarrollo y el ejercicio de la autoridad, sean los instrumentos a través de los cuales se puedan concretar espacios tanto institucionales como de participación ciudadana, permitan una mejor construcción colectiva del futuro que necesitamos que ahora, renazca de las cenizas que deja el verdadero fuego que nos consume.

Docente Universitario
alvaroquintana@gestores.com

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