Columna


El gran “combate”

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

09 de mayo de 2015 12:00 AM

Quienes vimos aquella pelea de boxeo entre Mario Rosito y Rodrigo Valdez no concebimos llamar combate a cualquier escaramuza bailable. Rosito era un gladiador que comenzaba a declinar, Rodrigo promesa que se consagró en ese evento.

La publicidad ha creado situaciones y exaltado ídolos. La pelea de todos los tiempos desilusionó a aficionados de U.S.A. que no toleran un enfoque ultradefensivo. Un estilo de contragolpear es legítimo, pero requiere que haya golpes. 

El virtuosismo y la habilidad no puedan desplazar al coraje. La torpe frase que se ha extendido: “que no se puede retroceder ni para coger impulso”, es un exceso y una tontería, pero, muchas veces es peor a la inversa. Establece un sistema elusivo en una confrontación cuando tocando al contrincante se ganan puntos. Esa esgrima cansona de ingravidez no convence a un público que quiere agresividad como factor primordial del espectáculo.

En la Roma imperial a estos dos “gladiadores” los hubiese castigado el emperador, por orden del populacho, con los pulgares hacia abajo. Los nombres vencidos en su palmarés, la obscenidad del billete, las superhembras y figuras del celuloide no les hubiesen salvado.

Los nuevos dioses parecen jugadores de billar, que ganan porque saben escoger los contrincantes. Eluden los peligrosos, y aplazan rivales. A quienes nos seduce la bárbara confrontación nos mueve ver valentía, coraje, entrega. Virtudes que no tenemos muchos “civilizados” del siglo veintiuno.

Es indudable el daño que el boxeo ha causado y las reglas que un marqués impuso a ese deporte, pero bailarines como Godunov, y Fred Astaire solo deslumbran con su ejecución en un show de la gracia y el arte.

No se pueden cambiar las reglas. En ellas se validan estilos ultradefensivos. A muchos les resulta admirable la elegancia y armonía de movimientos, pero el  monstruo de mil cabezas quiere emociones fuertes que compensen la monotonía de la rutina, busca escapes a la vieja violencia reprimida. En el pugilismo una superpelea de esgrimistas es más moderna, civilizada y saludable, pero los hombres en ellas quieren ver otra cosa.

La discusión sobre si el ring es más grande para eludir, el tamaño de los guantes que amortiguan golpes dañinos, la intervención, a veces mañosa, de los árbitros. Todo eso ha existido, pero Frazier golpeó a Alí, que no solo se defendía, sino que se fajaba con valor y enjundia. A Leonard, que tenía facultades para defensa y coraje en el ataque. Volver a Robinsón-Basilio, a Marciano Walcott. Estos combates hacen palidecer a “Money” y su obscena publicidad. Pero ese es ya nuestro problema: los ancianos rememoramos viejos tiempos. Perdonen la necedad y la barbarie de estos apuntes desordenados que ofenden la sensibilidad de espíritus selectos. Mea culpa.

abeltranpareja@gmail.com
 

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