Columna


El hijo malo

ÁLVARO E. QUINTANA SALCEDO

17 de abril de 2015 12:00 AM

La semana pasada la ciudad se sacudió con la noticia del asesinato del “Chino Alex”. Un reconocido delincuente que azotaba las laderas de la Popa. Barrios como Loma Fresca, San Pedro y Libertad, Petare, Pablo VI, República del Caribe, La Paz, Santa Rita; sufrían las consecuencias de sus delitos.

En Cartagena no son los barrios de los ricos los que se asientan alrededor de colinas y cerros. En Cartagena, las lomas son el refugio de pobres desplazados y misérrimos. Altos índices de homicidios, baja capacidad productiva, ingresos inestables, difícil acceso a salud, educación y recreación se convierten en el caldo de cultivo donde se puede cocinar  lo peor de lo peor.

De las laderas de la Popa han salido algunos de los delincuentes más temidos de la ciudad.  Los relatos de sus fechorías parecen sacados de un libro fantasioso.

De Alexander Rojas se cuenta, que su madre no pudo ser el mejor de los ejemplos. “Alias Rosita” era una señora de mañas cómplice de su hijo. Famosa es aquella historia en la que en una ocasión ayudó al Chino a escapar de una clínica en Barranquilla donde se encontraba custodiado por la policía. En complicidad con una enfermera, su mamá lo disfrazó de mujer para luego escapar de la clínica. En otras ocasiones cuando era perseguido subía a lo más alto de las llamadas “lomas de Manhattan”, donde hacia huecos y madrigueras donde permanecía por días mientras vecinos y familiares encubrían su paradero.

Pero no solo su mamá era secuaz de sus delitos. El “Chino Maldad” también tenía tíos delincuentes que repartían el producto de sus fleteos entre los miembros de la familia y los vecinos de la calle donde residía. En el callejón de la mochila, Alex era algo así como un Robin Hood criollo, que ofrecía generosamente el botín a todo aquel que pudiera tener la “Cuchara embolatada”.

La historia del chino malo, me evoca la champeta de Louis Towers: El Hijo Malo. “Ella lo quiso / Ella lo amaba / para ninguna madre hay hijo malo que vaina”. “Ay mamá si supieras el daño que le hiciste a tu hijo al no dejar que lo castigaran”. Lo que sucede en la historia cantada, no es tan distinto a lo que el sicólogo Hans Eysenck en su teoría de “la condicionabilidad del delincuente” propone. Para Eysenck, además de la predisposición biológica a la delincuencia, una conducta delictiva obedece a un aprendizaje deficiente de las normas sociales instruidas en el ambiente familiar.

¿Cuántos “hijos malos”, niños, niñas y adolescentes, se convierten en sanguinarios como producto de la disfunción familiar y de una desigualdad más cruel que la misma crueldad que llegan a ostentar ellos? Es la pobreza amilanadora la que les niega la oportunidad de convertirse en seres de bien para la sociedad que muchas veces los ve como objetos de desecho y olvido.

Es el momento para que se mire el fenómeno del pandillismo en las faldas de la Popa desde una visión humanista. Academia, gobierno, familia y  comunidad, deben articularse en la búsqueda de experiencias efectivas de otros contextos geográficos, que puedan con efectividad detener este fenómeno, porque parece ser, que la sangre que ha corrido loma abajo no ha sido más que semilla para que emerjan más jóvenes delincuentes.

alvaroquintana@gestores.com

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