Columna


El “indio” y el pobre

JAIME HERNÁNDEZ AMÍN

14 de enero de 2017 12:00 AM

Si hay un tema que a todos nos inquieta es la pobreza; para un servidor público significa sacar a otro ser humano de una condición deplorable, para el economista implica crear un modelo de crecimiento exitoso y sostenible, al empresario le conviene que haya más consumidores, y para el ciudadano común el reto es simplemente evitarla o superarla, porque como dice Kid Pambelé: “es mejor ser rico que pobre”. Pero, ¿qué es la pobreza?

He intentado buscar en innumerables textos académicos la definición apropiada para este lamentable estado de muchos seres humanos, y en su gran mayoría las explicaciones se limitan a percepciones económicas alimentadas por corrientes de pensamiento capitalistas. Google define pobreza como “Escasez o carencia de lo necesario para vivir”, y la ONU clasifica a 836 millones de personas que aún viven en la pobreza extrema por su condición de sobrevivir con 1,25 dólares al día. No me malinterpreten, creo firmemente en el capitalismo, que con sus aciertos y fracasos, sigue siendo hasta hoy la única fuerza capaz de motivar un exponencial desarrollo humano, pero me niego a conformarme con que la pobreza se reduce a solo la capacidad adquisitiva que tenga una persona.

Ojeando una revista un día cualquiera, me topé con un artículo que hablaba sobre la situación de los indígenas amazónicos en Ecuador y su actual conflicto por las pretensiones inversionistas en petróleo que tiene el país, afectando su estilo de vida. Al analizar fotos de varias tribus indígenas, pude ver que en su mayoría se visten con lo mínimo, sobreviven comiendo y viviendo en circunstancias que clasificarían como miserable a cualquier citadino moderno. Pero, ¿son los indígenas viviendo con dos dólares al día pobres? No.

Es evidente que la diferencia entre un indígena y un pobre que vive con dos dólares al día no reside en su riqueza económica, sino en su riqueza mental. Un indígena guarda en si una tradición milenaria de costumbres, creencias y valores que le ha permitido sobrevivir sostenible y saludablemente por milenios prestando solo lo necesario de la naturaleza. Un pobre nunca tuvo la oportunidad de informarse para entender el contexto en el que vive y termina por ser víctima de la exclusión en un sistema despiadado.

No tener suficiente para comer es causa de la ignorancia, y si queremos construir en nuestra inevitable modernidad estándares de vida dignos, la mejor herramienta es la educación. Educándonos no solo aprendemos a trabajar para ganar más de 1,25 dólares al día, sino a crear, entender y promover valores cívicos que nos ofrecen a todos los que compartimos un mismo espacio una mejor calidad de vida. La pobreza, entonces, debe ser medida no por lo que tienes, sino por lo que sabes.

 

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