Columna


El mismito

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ PACHECO

23 de diciembre de 2017 12:00 AM

“Cuando Luis Martínez toca / si toca alegre y contento / pone a las muchachas locas / y a las viejas en movimiento”.

El autor de esta cuarteta es nadie menos que el grandísimo Luis Enrique Martínez Argote. El mismito que andaba por los pueblos de la Región Caribe contando la crónica del mago que engañó a los habitantes de El Copey; y el mismito al que Armando Zabaleta elogió cuando cumplió 25 años de casado con Rosalbina. Unas bodas de plata que los hermanos López supieron pregonar muy bien a través de pastas sonoras que se volvieron clásicas de la música colombiana.

Luis Enrique es el mismito que quería parrandear allá en La Estrella con una morena bien candela. Pero fue el mismito que antes de todo eso, se preocupó por lograr algo diferente a lo que hacían los viejos caminantes que intentaban arrancar duras tonadas a los acordeones “tornillo ‘e máquinas” que acompañaban sus versos de vaquería.

Luis Enrique imaginó que, además de adornar los cantos, se podían ejecutar introducciones e intermedios diferentes a la melodía de la canción. Y así, poco a poco, como se recorrían los pueblos a lomo de burro, fue definiendo el estilo vallenato en acordeón. El mismito que se sigue tocando en todos los festivales que pululan por el Caribe colombiano.

Cada vez que se inicia una justa de acordeones, o se enfrentan acordeonistas en parrandas interminables, aparece el espíritu de Luis Enrique recordando esa nota picada y bien sabrosa, la mismita que él inventó cuando acompañaba a Santander, su padre, en las ejecuciones del redoblante y en las colitas de los ricos estirados de Valledupar.

Luis Enrique es el mismito que no se valía de su fama, que se la ganaba cantando piezas amorosas a Zunilda; o de gratitud a Castro Peña, aunque también podía apostar su acordeón para ganarse una novilla, si algún ganadero lo desafiaba en una competencia de quién aguantara más botellas de Old Parr.

Ese Luis Enrique es el mismito que no concedía entrevistas si no le brindaban unos ‘whiskicitos’ sin hielo, pero también era el mismito que sabía poner una palabra tras otra cuando de hacer una buena composición se trataba. Y lo lograba, aunque su naturaleza era más rítmica que melódica. En ese sentido era el mismo que no tenía problemas en reconocer las calidades cantoras de su casi hermano Alejo, quien lo dejaba callado en cuanto disparaba ese vozarrón hecho lamentos que tantos caminos abrió entre platanales, playones y potreros de medio mundo.

Ese Luis Enrique era el mismito que nunca se mostró arrogante ante los jóvenes acordeonistas que le hacían ronda y le tocaban sus propias canciones, mientras él saboreaba una morena joven y unos tragos de Ron Caña en cualquier patio del Magdalena Grande, esa tierra que lo vio cómo se marchaba al infinito con un cargamento de azúcar en la sangre, pero eso sí, con su mismita juglaría en el corazón.

*Columnista

ralvarez@eluniversal.com.co

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