Columna


El mundo de las mentiras

MIGUEL YANCES PEÑA

18 de junio de 2018 12:00 AM

Una experiencia inconcebible me inspiró este escrito de hoy. Frente a la rampa de discapacitados del Carulla de Villa Susana, en Manga, se parqueó un vehículo de alta gama conducido por un joven de no más de 30 años. Una persona en silla de rueda se acercó y amablemente le pidió que le permitiera el acceso. El joven, con una asombrosa rapidez mental, que le daba credibilidad porque la mentira hay que pensarla, dijo que estaba varado, que no podía encender el carro, y le simuló un intento.

La persona en la silla parece que no le creyó porque alcanzó a decirle: “Buen sitio encontró para vararse”. Con ayudas, entró por otro lado al supermercado y se quejó en el puesto de Atención al Usuario. La funcionaria envió a uno de los vigilantes, y caso inaudito, frente a una persona “sana y robusta” sí se conmovió; mentira, creo más bien que se atemorizó y retiró el vehículo. ¿Qué enseñanza saca uno de este episodio?

La primera, es que, a pesar de estar en un barrio de estrato alto, un supermercado de categoría, y un conductor que podría decirse privilegiado, la ley que funcionó fue la de la selva: lo que no pudo despertar en el corazón la persona disminuida por los años, lo pudo otra, que de mejores modales, le inspiró temor. La segunda enseñanza es que, si la mentira -más la de una autoridad, y mucho más si es de la máxima autoridad, recurrente, y dirigida a todos los ciudadanos- no es severamente sancionada, termina emulada por quienes, no teniendo una fuerte formación moral, ven en ella una forma de sacar provecho. Diez años atrás no éramos así. El respeto a los demás que a muchos nos enseñaron tener (cuando provoca decirle “mentiroso”), actúa como su barrera protectora. Que ni lo merecen (el respeto) ni la necesitan (la barrera) porque si algo los caracteriza es la falta de vergüenza.

En los últimos ocho años hemos sido testigos de qué habilidad han desarrollado todos, especialmente la gente más joven, para mentir. La rapidez con que el conductor mintió e ideó la falsa prueba, deja atónito hasta al más experimentado psicólogo. ¿Por qué? Porque nuestro presidente, hasta para obtener el premio Nobel, mintió, y le sigue mintiendo al país y al mundo. El mundo le cree, porque no logra concebir la mentira en una persona de tal investidura; o tal vez no, pero le importa un pito y simula creerle, porque le sirve de excusa para girar cheques; pero el país no. La tercera, por comparación, es que, entre la gente de estratos bajos, se encuentra mejor corazón, más solidaridad y más cohesión social (ahí sí, el que la hace la paga) que entre los que creen que el dinero, o un cargo burocrático, los vuelve superiores, objeto de pleitesía, y con derecho a pasar por encima de las leyes y de los demás. No piensan que están ahí para servir (cuando no por corbata), y en que sus abultados salarios los paga el ciudadano. La gran tarea del nuevo presidente Duque es, rescatar de las alcantarillas en las que dejó el presidente Santos, los más nobles principios (éticos y morales) de nuestra sociedad.

*Ing. Electrónico, MBA

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