Columna


El odio

ROBERTO BURGOS CANTOR

06 de agosto de 2016 12:00 AM

Un desbarajuste resquebraja el mundo. A quienes lo habitan, ¿será habitar esta depredación incesante?, desde los restos de los humanos hasta las cucarachas. Los logros del pensamiento, de la poesía, los infinitos de la mística, la aventura espiritual de las religiones, y el esfuerzo colectivo aún llamado política, ética compartida, los empeños de la ciencia, los misterios del arte, por siglos, se desvanecen, se tuercen como si el destino anticipara la muerte.

Países y regiones dejan ver cómo las controversias de la política, discutidas en un marco intelectual para hacer palpables ideales, esperanzas de convivir en fraterna diferencia, sin desespero, aceptaron ahora inocularse un veneno sin antídoto.

Nadie duda que la política involucraba una especie de pasión. Quizá este sentimiento condujo a la locura de uniformar a los seres, amputarles la riqueza de sus imaginaciones. Se justificó entonces la soga para anudar la libertad. Se destruyó a quienes no se correspondían con los modelos o formatos. Se impuso. Se encarceló. Se persiguió. ¿Para qué?

Ahora parece que el viejo péndulo entretenido en la raza superior, en la sociedad igualitaria, en el reparto de los bienes que nadie producía con balanzas de milimetría, tantas experiencias dolorosas impuestas con abuso, sufrimiento y totalitarismos, ese péndulo inclemente conduce a la infamia sin las máscaras de la buena intención.

Lo que vemos en la gritería, bombas, persecución de inocentes que no se cuidan porque no han hecho mal, ¿qué será el mal?, es un exterminio que no requiere aparato de destrucción.

Surge de su propia pesadilla: el estudiante que compra su fusil y mata a maestros y compañeros; el que atropella a los que festejan un lejano hecho histórico; los banqueros prepotentes que le dan a un país, de los más viejos, el trato de un mísero deudor moroso; el candidato que propone, otra vez, la muralla china como frontera cuando empezaba la ilusión de una tierra con pasaportes de abrazos; el rechazo de la gritería embustera a un logro en un país joven, de democracia atortolada, pasado de furiosos fracasos y explícitos exterminios, como es acercarse a los senderos de una paz posible.

¿Qué pasa?
El veneno del odio, en la religión cristiana fue advertido, Caín, los hermanos de José, las lentejas de Esaú, y ni nombrar al hombre de la cruz, el odio, se apoderó del corazón de los hombres y mujeres para deshacerlo en podredumbre. Y así rebuznar hasta la coz de muerte.

Se odia: irresponsable voz de nuevo salvador. 
*Escritor
 

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