El 2 de diciembre fui a un acto con sentido y porvenir relacionado con la muerte de Gabriel García Márquez. Los velorios suelen estar teñidos de ocurrencias que repiten ritos funerales, no cumplen la voluntad del difunto, sus testamentos. Festejan la vanidad de sobrevivientes que nunca supieron qué hacer con la fama, lograda a pulso, del muerto. Se pierden en apropiaciones nacionalistas, tardías y superficiales, la farragosa retórica de las misas solemnes, las leyes de honores, los arrepentimientos. Y esas exhibiciones de impudor que exponen el álbum familiar de recuerdos íntimos, a la mirada indiscreta de desconocidos. “¡Más todo en vano!... ¡Oh, qué agorera la última farsa hecha en latín,/ junto al cochero de chistera/ senatorial, ebrio de anís!...”
El acto del 2 de diciembre partía de una clave: llenar de vida un espacio de recogimiento, enfrentar la lenta disolución de las cenizas con la memoria que prolonga lo que una vida dejó, estela densa y fecunda. Evitar que ese sitio se volviera un decorado pueril para fotografías de turismo aburrido.
Así y asá la Universidad de Cartagena, en su edificio de posgrados, el claustro de la Merced y su tesoro de vidas vividas, las enfermedades de Dios, la dominación, la justicia, nominó el bello lugar como Patio García Márquez. En el centro el tan hermoso como apropiado espacio en el cual se guardaron, cangrejo de hoyo profundo, con jardín y busto que no confunde la grandeza con la ostentación, los restos del escritor de América.
Para dar la buena noticia, su rector y su vicerrector de investigaciones, su poeta don Rómulo Bustos, convidaron a tres poetas que representan, junto con Bustos Aguirre, una renovación inigualable de la poesía colombiana: Juan Manuel Roca, Horacio Benavides, Nelson Osorio, para que con el conjuro poético acompañaran este momento donde el cielo con un aguacero selló el pacto de fecundas producciones artísticas y académicas.
El acto del 2 de diciembre mostró la justeza y la responsabilidad de escoger ese lugar para el sueño eterno. García Márquez se ganó un lugar en la universidad del mundo. Maestro nato, observó las deficiencias del periodismo, sabía con entusiasmo lo que representaba el cine para ennoblecer a los pueblos, acompañó a Víctor Nieto en su clarividencia de convertir a nuestra cangrejera en el lugar del festival más antiguo.
Ahora los estudiantes y los investigadores de la Udecé tendrán un patio presidido por el viejo amor de Gabriel a la ciudad nativa, a El Universal y a Zabala, a Ibarra Merlano y Rojas Herazo, al cocinero inigualable del mercado, a los De la Espriella y la pensión de Múnera, para renovar interpretaciones y cambiar al mundo.
*Escritor
BAÚL DE MAGO
ROBERTO BURGOS CANTOR*
reburgosc@gmail.com
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