Columna


El penalti

CARMELO DUEÑAS CASTELL

25 de marzo de 2015 12:00 AM

William McCrum nació en Armagh, Irlanda del Norte. Allí falleció en la Navidad de 1932, en un bar de mala muerte, bajo la olvidadiza ingratitud y un alcoholismo monumental. De joven fue portero del Milford Everton y le propuso a la Federación Irlandesa de Fútbol la brillante idea de “disuadir a los jugadores de las patadas salvajes cerca de las porterías, de los golpes violentos para evitar el gol”. Su tumba fue abandonada y estaba deteriorada. Recientemente, la FIFA, arrepentida, pagó la restauración de la tumba y homenajeó el aporte de McCrum, el padre de uno de los mejores inventos del fútbol. Cuánta emoción nos ha deparado ese invento tan grande. Bueno, también, cuánto dinero le ha significado a la FIFA. El pobre portero inventó el penalti. El primer penalti se cobró en 1891, en castigo por una mano intencional durante un partido de la liga de Escocia.

Ante una infracción el árbitro decide un castigo que puede ser una tarjeta amarilla o roja y el cobro desde el fatídico punto penal. No sabe uno para quién es más difícil el momento. El portero generalmente está muy tranquilo, al fin y al cabo todos esperan que sea gol. Casi es una ejecución sumaria. El desenlace es apenas predecible, la derrota del portero y la alegría del gol para el ofendido. Si no es gol todos piensan que fue más por defecto del cobrador que por virtud del arquero. Así, a pesar de que la carga de la culpa recae en el portero, la gran responsabilidad aplasta al ejecutor, casi siempre el mejor jugador del equipo. Hay muy pocos momentos de mayor soledad para el ser humano que estar frente a ese balón con la obligación de meterlo en la malla contraria, a tan solo 11 metros, tan cerca y tan lejos.

Pero luego de ejecutado el penalti, e independientemente de si fue gol o no, el juego sigue. La infracción, por muy grave que haya sido, pasa a segundo plano puesto que se asume que hubo un castigo suficiente y que si el ofendido no quedó satisfecho fue por su propia incapacidad para resarcir la afrenta utilizando el castigo en su propio beneficio.

En 1962, Barcelona y Zaragoza terminaron empatados el partido final del torneo y Rafael Ballester, directivo del Cádiz, propuso que se lanzaran cinco penaltis por cada equipo para definir el ganador. El Barça ganó. La UEFA implantó esto en 1971 y la FIFA en 1982. Tengo para mí que algo de la majestad del penalti se perdió, se podría decir que fue la prostitución del penalti.

Si pudiéramos establecer un mecanismo similar que permitiera a la sociedad seguir adelante y dejar satisfecho a agresor y agredido sería fantástico. Si Santos y Uribe decidieran dirimir todas sus desavenencias con cinco tiros penaltis cada uno y allí terminara todo el problema, ¿no sería hermoso para Colombia? Pero ni modo, la FIFA exigiría las regalías de su invento.

*Profesor Universidad de Cartagena

crdc2001@gmail.com

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