Columna


El perdido encanto de morir

ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

16 de noviembre de 2015 12:00 AM

Agradezco el vivo interés que han mostrado  algunas funerarias por tenerme entre sus clientes horizontales. Por estos días, mantienen inundado mi correo electrónico ofreciéndome múltiples exquisiteces mortuorias.

Para el último viaje una de ellas  me tienta con un rascacielos acostado llamado  limusina. Es tan tentadora la oferta exequial que provoca iniciar ya el eterno sabático.

El sofisticado coche atenúa algo aquella verdad sin fondo: lo malo de la muerte es que es para toda la vida.

Con el plan ofrecido tengo garantizada, mínimo, la presencia de seis personas en mis exequias. Me refiero a los elegantes funcionarios de la funeraria que posan en las fotos promocionales que suelen enviar con descuentos especiales  por “pronta muerte”.

Hay servicios funerarios que incluyen gente que llore al “fiambre”. El costo de la factura depende de las lágrimas que haya que derramar. Supongo.

He procurado  vivir de tal forma que mi muerte la lamente hasta el empresario de pompas fúnebres, siguiendo el consejo de Mark Twain. No creo haberlo logrado.

Como nadie sabe para quién muere, no solo las funerarias se lucran con los fallecimientos. También se benefician los periódicos que convierten sus páginas en cementerios de avisos clasificados invitando a las exequias. Radiantes, los pragmáticos gerentes  celebran que muchas familias solo acepten que  fulanito ha muerto cuando  la información aparece en el diario local.

La sociedad de los sujetos vivos está en mora de felicitar a las funerarias por la pragmática modernización del servicio. En buena hora terminaron con las eternas velaciones que se hacían en  casa del “interfecto muerto”, con gente relevándose para llorar, bebiéndose al morlaco (cadáver) y repartiendo pasabocas para que nadie diga después: “Mejores entierros me he bebido”.

Ahora el asunto de las exequias es más profesional: uno pone el cadáver y ellos se encargan de lo demás. “Muérase y déjenos el resto, y los restos”, podría ser la divisa que les regalo a quienes están en el negocio.

Es iluminante el cambio que ha introducido la modernidad para atender la hora postrera.  El asunto se ha simplificado tanto que ya no es gracia morir. La muerte ha perdido su discreto encanto. Ni siquiera hay que cargar el féretro porque de esto se encarga la burocracia funeraria.

Algún día se impondrá este eslogan: “No se muera; nosotros lo hacemos por usted”.

Por lo pronto ofrecen este servicio: “Muérase ahora pero pague antes”. Yo me muero por cómodas cuotas mensuales que cubro simultáneamente con el pago de los servicios.

Otras inquietudes me asaltan ¿Está disponible la cremación con anestesia, o contactos a  través de médium con quienes se quedan en este valle?

oscardominguezg@outlook.com
 

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