Columna


El precio

CARMELO DUEÑAS CASTELL

08 de noviembre de 2017 12:00 AM

En el principio de los tiempos, cuando alguien tenía un bien en exceso y requería de otro que producía el vecino, todo lo que había que hacer era un trueque. Aunque este fue un gran avance en la historia, para que el trueque funcionara se requerían demasiadas coincidencias de deseos y necesidades a ambos lados. Por eso, hace más de 12.000 años, apareció el dinero, la obsidiana, en Anatolia. Hace 5.000 años fue sustituida por el cobre y la plata. Luego, la sal era tan importante que con ella se le pagaba su trabajo a las legiones romanas, la sal valía su peso en oro y de allí se deriva la palabra salario.

Precio es el pago que damos por un servicio, un bien o una mercancía. Obviamente el precio es muy variable y depende de la utilidad que cada quien le asigna al objeto del negocio. Sí, el precio tiene, al menos, dos caras: el comprador que evalúa la utilidad potencial y el vendedor para quien significa posibles ingresos y beneficios. Así, habrá un precio propuesto por el vendedor y otro que el consumidor está dispuesto a pagar. Trueque o permuta en que se canjea una cosa por otra. Aunque todo en la vida tiene un precio este no siempre es en dinero.

Nuestras acciones, conscientes o inconscientes, generan un precio que debemos pagar, más temprano que tarde, en un presente incierto y/o un futuro que, muchas veces, no es nada halagüeño.

“El precio”, obra de teatro del magistral Arthur Miller, transcurre en plena época de la depresión, cuando están a punto de demoler un edificio y una familia espera vender sus enseres para repartirse el producido. Todo ocurre en solo dos horas en un descarnado desencuentro verbal entre cachivaches sin utilidad y recuerdos en desuso y se convierte en un verdadero punto de quiebre a partir del cual la nimiedad de una venta insignificante cambiará las vidas de los implicados con una sola condición, difícil, dura, dolorosa: un cruento ejercicio de honestidad para que los implicados lleguen a la realidad y no a la verdad a medias que han estado padeciendo ilusoriamente por décadas. A ninguno de los implicados les importa el dinero. Sin embargo, todos han tenido grandes costos en sus vidas: uno ya pago un precio muy alto (su vida familiar y personal destruida) por el sacrificio de atender a su padre; el otro paga el precio de la soledad por el beneficio de un pírrico triunfo profesional y personal.

Igual nos ha pasado en Cartagena: una ciudad valiosa y sin un comprador interesado, estancada en recuerdos gloriosos, encerrada en su endogamia, sitiada por la corrupción. La ciudad, y todos en ella, pagamos un precio muy alto por nuestra incapacidad para elegir buenos dirigentes y nuestra ineptitud para exigirles y castigarlos votando en su contra. Pero aún hay tiempo de pagar un nuevo precio en las futuras elecciones. Bien lo dijo Miguel Hernández: “varios tragos es la vida y un solo trago es la muerte”.

*Profesor Universidad de Cartagena

crdc2001@gmail.com

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