Columna


El Reino de los Cielos

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

20 de julio de 2014 12:02 AM

Las lecturas de hoy nos ponen de presente nuestro destino eterno. A veces nos sentimos muy seguros en esta vida y pensamos que la muerte nunca estará cerca. Otras veces somos conscientes de la fragilidad del cuerpo y comprendemos que podemos marcharnos de un momento a otro.

Hace quince días, quién pensaría que el admirado Héctor Hernández no estaría con nosotros; ayer me enteré de la muerte de un taxista de 51 años, quién me había llevado en su carro hace pocos días, y viajó a Bogotá y le sentó mal la altura; hoy una amiga muy triste me contó de la muerte de un sobrino de 21 años, cuando hacía 24 horas pensaban que solo tenía un mal menor. Todos enfrentaremos esa realidad, antes o después.

La invitación que Jesús vino a hacernos es a que no vivamos pensando que al morir todo termina, sino que vivamos de acuerdo al bien y al amor para que junto a Él podamos resucitar a una vida de felicidad para siempre.

Las lecturas de la misa de hoy* nos recuerdan que Dios es todopoderoso y misericordiosamente justo, que no desea que el pecador muera sino que, con esperanza, le da tiempo a arrepentirse.

El evangelio nos relata las parábolas del trigo y la cizaña, de la semilla de mostaza y de la levadura. Jesús nos explica así el Reino de los Cielos. “El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles”. Jesús también nos alerta sobre el destino eterno que escogemos: “Los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados los arrojan en el horno encendido y los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”.

Nadie está libre de la cizaña y Dios nos dice que no debemos tomarnos la justicia por nuestra mano, sino esperar el tiempo de la cosecha en donde Dios mismo aplicará la justicia, mientras tanto, acojamos al Espíritu Santo, porque según San Pablo en la segunda lectura: “ actúa en nosotros intercediendo por lo que nos conviene, porque Él conoce nuestros corazones y sabe lo que nos hace falta para vivir de acuerdo a la voluntad de Dios”.

En nuestro corazón cohabitan el trigo y la cizaña. Necesitamos estar alertas para que las semillas acogidas sean de Dios para producir frutos de justicia y de amor y necesitamos discernir nuestros pensamientos, deseos, aspiraciones, motivaciones y actuaciones para que se hagan por amor a Dios y a sus leyes y no estemos justificándonos, sino que actuemos conforme a la voluntad de Dios, que siempre es el bien de todos y el Reino de los Cielos. 

*Sab 12, 13. 16-19; Mt 13, 24-43; Sal 85; Rom 8, 26-27.

Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.

judithdepaniza@yahoo.com

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