Columna


El río y el complot

JESÚS OLIVERO

27 de marzo de 2015 12:00 AM

Muchas veces juzgamos a las instituciones por creer que actúan a través de la pobreza técnica de sus funcionarios, por falta de planeación o por derrochar para beneficio de terceros. Aquí escribí sobre la inutilidad de que Cormagdalena liderara la canalización del Río Magdalena, por más de dos billones de pesos. Critiqué la obra sin que consideraran el cambio climático. Incluso me pregunté si sus técnicos sabrían que en algún momento el río no tendría corriente para navegarlo.

No pude ser más tonto. Ahora tengo claro que esa entidad sabe que utilizar el cauce del Magdalena será una cuestión de suerte. Las aguas residuales de Bogotá y otras ciudades no alcanzarán para que los barcos trasladen materia prima desde puertos al sur, hacia el mar. También son conscientes de que un tren garantiza este intercambio comercial de una forma sostenible, temporal y ambientalmente. ¿Entonces para qué hacer esta obra nefasta para el país? 

Todo parece obedecer a un complot orquestado desde alguna parte. Ese poder invisible va pasos adelante y mueve fichas para ganar la partida como sea. Ese juego es nada menos que nuestro futuro. Quizás el verdadero objeto de dragar el Magdalena no es navegarlo, sino desplazar masivamente a las comunidades para beneficiar a alguien. 

Uno de los efectos más dramáticos de dragar el Magdalena será perder miles de humedales y ciénagas, ecosistemas que controlan las inundaciones, almacenan agua en sequías y son la despensa alimenticia de millones de personas. Con el dragado, estos cuerpos de agua desaparecerán y los ciudadanos no tendrán posibilidad de subsistencia, promoviéndose su éxodo. Incluso sus súper puertos son una farsa y son piezas para sacrificar.

Estas áreas especiales, otrora de pescadores y pequeños agricultores, se convertirán en playones o terrenos baldíos que pasarán a la agroindustria de la palma, desde donde explotar minerales e hidrocarburos será sencillo, pues nadie reclamará.

Quizá el lector pensará que esto es desproporcionado, pero ya está pasando. En muchas áreas del Sur de Bolívar y Cesar, la cuenca del Magdalena es sólo un monocultivo de aceite y gigantescas extensiones de tierra fértil o inundables están concesionadas para minería o hidrocarburos. Extraer gas por fracking empezará, o tal vez ya empezó allí. Hasta la uvita de lata de Gamarra desaparece ya.

En pocos años los ribereños no tendrán arraigo cultural, identidad regional, ni tierra para sembrar. Los pueblos serán Macondos, sin gente ni mariposas amarillas. La mayoría migrará a cinturones de miseria en ciudades, trabajando como locos para comprar pedacitos de alimentos importados.

*Profesor

@joliverov

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