Columna


El ruido de un cambio

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

26 de abril de 2017 12:00 AM

Cambiar la historia es un acto delicado que durante mucho tiempo sólo ha sido reservado para unos pocos afortunados o poderosos. Quienes pueden modificar el tiempo “memorable” poseen la capacidad de borrar civilizaciones enteras, erigir héroes o villanos, imponer dioses o embellecer gestas como si fueran ebanistas del viejo mueble de los siglos y decidieran quién se sienta en él y quién permanecerá por fuera, invisible a la memoria de las futuras generaciones.

Trotsky, por ejemplo, fue borrado por Stalin de todas las fotografías de la Revolución Rusa. De igual forma, los colonizadores españoles arrasaron con casi todas las culturas precolombinas a través del genocidio y el evangelio. Como consecuencia de estos cambios, Stalin se alzó con el poder de la Unión Soviética y millones de descendientes de negros e indígenas politeístas integran, hoy en día, las naciones más católicas del mundo.

Pero esta es la historia moldeada por los poderosos. En este momento me interesa más la historia que construyen los afortunados. Uno de ellos es el profesor Sergio Paolo Solano Aguas, quien hace poco presentó una investigación en la que asegura que Pedro Romero, protagonista de la independencia cartagenera, no era cubano –como se creía– sino que había nacido en Cartagena. En su trabajo, Solano Aguas afirma que a Romero no le decían “El matancero” por provenir de Matanzas (Cuba), sino por confiscar varios cerdos en el barrio Getsemaní y destinarlos al matadero por orden del Cabildo durante una época de escasez alimentaria en 1808. En la versión del profesor, Romero era un próspero artesano que se había ganado la confianza de las autoridades españolas hasta su adhesión a los movimientos independentistas en 1811.

Lo que me emociona de este descubrimiento es la idea de que aún es posible concebir la historia de Cartagena como un debate abierto, un territorio cuya cartografía de tiempo todavía pide a gritos islas de acontecimientos. Tal vez sea este el momento para que la ciudadanía también ejerza ciertas transformaciones en la historia de su ciudad.

En un famoso cuento de Ray Bradbury, “El ruido de un trueno”, un viajero en el tiempo advierte de los peligros de afectar la historia, cree que una pequeña modificación en el pasado puede alterar radicalmente el futuro. Hacia el final, alguien aplasta por accidente una mariposa 60 millones de años atrás y provoca el fascismo en el presente. Quizás los cartageneros debamos emplear un proceso contrario: aplastar monumentos de colonos, conquistadores y políticos corruptos de antaño, y dejar que las mariposas evolucionen lentamente.

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena

ORLANDO OLIVEROS ACOSTA*
@orlandojoseoa

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