El desencanto de los sectores populares, el hecho de que la próxima elección no sea un paquete con gobernación, asamblea y concejo; el tiempo destinado a las campañas, todo esto permite suponer que se nos viene encima otra penosa desarticulación de la legitimidad democrática.La abstención será grande, comparada con octubre de 2011. Entonces acudieron a las urnas más de 320 mil ciudadanos, la mitad de los cuales votó por Campo Elías Terán, militante de último minuto de la Alianza Social Indígena.
El tiempo destinado a las campañas-menos de dos meses- impondrá un ritmo vertiginoso a candidatos e intermediarios de los sectores populares donde se concentra el mayor potencial de votantes. Ante el posible aumento de la abstención, el valor del voto tenderá más al alza que a la baja.
El voto negociado valdrá más porque ya no funcionarán los “combos” de gobernación, asamblea, alcaldía y concejo, manejados desde las maquinarias de partidos o familias que levantaron inescrupulosos feudos electorales. Los concejales ya están elegidos. Si apoyan a alguien, será para negociar cuotas, presupuesto, puestos y “gobernabilidad”.
El voto, promovido y negociado al por mayor y al menudeo por intermediarios expertos en el manejo de este capital político, no tiene un imán especial ni el sello del carisma populista que le imprimió a la pasada campaña Terán Dix.
Visto en conjunto, el cartel de esta corrida es más bien mediocre, sin toros de lidia ni matadores de casta. Dos de los candidatos de las pasadas elecciones reinciden. A otros, los hemos visto hace años en las mismas, negociando chichiguas. A uno, ni siquiera le hemos visto el sombrero en los grandes debates públicos de la ciudad.
El ganador de esta elección atípica será, ciertamente, el alcalde elegido, pero de ninguna manera el elegido por una mayoría. Será el elegido de la minoría que votará, no tanto por un programa (es difícil encontrarles diferencias estructurales) sino por un nombre, por la maquinaria que lo apoya o por la solvencia económica de su campaña.
La corrida del 14 de julio no va a tener la emoción épica de la toma de La Bastilla (faena memorable de la revolución francesa) sino el melancólico acento de unos candidatos que prefirieron la brevedad de un periodo de dos años y medio al trabajo paciente de elaborar un proyecto de ciudad arraigado en las mayorías.
Es muy factible que se deposite un voto sin convicción y que aparezca la figura del “mal menor.” Podría triunfar la maquinaria clientelista y su cacareada experiencia en lo público. No sucederá, de ninguna manera, lo que necesita una ciudad a la deriva, naufragando aún sobre el fracaso de la tentación populista.
Si me equivoco en este diagnóstico, juro ante ustedes hacer la rectificación oportuna.
*Escritor
collazos_oscar@yahoo.es
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