Columna


Elecciones en Cartagena

RODOLFO SEGOVIA

15 de junio de 2013 12:00 AM

RODOLFO SEGOVIA

15 de junio de 2013 12:00 AM

Joaquín F. Vélez fue un gran colombiano. Amigo personal de Rafael Núñez, era un conservador integral. Embajador ante la Santa Sede, negoció el Concordato que regularizó las maltratadas relaciones con la Iglesia. De regreso a Colombia, reprimió las guerrillas liberales que infestaban el departamento de Bolívar. Tenía por inmoral pactar con ellas, tan distantes de sus ideales.
Gozaba de merecida reputación como hombre honesto y enérgico administrador. En 1904, los conservadores ortodoxos le proclamaron candidato a la presidencia. Su contrincante sería Rafael Reyes, partidario de superar las diferencias filosóficas entre azules y rojos, y apoyado por conservadores blandos y liberales derrotados en la Guerra de los Mil Días. Las fronteras eran nítidas.
Vélez debía contar con el apoyo del presidente Marroquín, a cuya entraña pertenecía. En esos tiempos el gobierno lo era todo electoralmente. A sus 72 años, no tenía sino que sentarse en Cartagena a esperar que le eligieran. Se le ocurrió, sin embargo, anunciar que planeaba una investigación sobre los responsables de la lacerante pérdida de Panamá, sucedida apenas unos meses antes. Marroquín se enfrió. Primer error.
Para entonces las elecciones eran indirectas. En cada subdivisión territorial se elegían delegados que a su vez consignaban votos electorales por el candidato presidencial, en proporción a su población. En la Provincia de Padilla, capital Riohacha, mandaba el general Juanito Iguarán. Ante la ausencia de gestos del gobierno, el general no sabía qué hacer. Además, su coterráneo costeño no lo había enamorado. Segundo error.
Indeciso, sus delegados firmaron en blanco el registro de Padilla para llenarlo con el nombre que más conviniera. Irregular documento en el bolsillo, se fue para Barranquilla a buscar luces. Las halló en los agasajos de fervientes partidarios de Rafael Reyes. El registro de Padilla había encontrado nombre. Reyes triunfó por una mayoría de 12 votos, de un total de casi 2.000; con los 12 votos del registro de Padilla.
La política, dicen los que saben, es el arte de sumar. Eso lo entendía hasta don Sancho Jimeno, hombre de acción más que de votos y héroe de la defensa de Cartagena en 1697. En una democracia se trabaja con lo que da la tierra y se pisa vidrio molido para llegar al poder. Ya habrá tiempo después para dirigir una administración modelo. Primero hay que llegar. Los ayatolas congregan fervientes seguidores pero no mueven la aguja de la urna. Más todavía en una elección atípica de alcalde, cuando impera la abstención y la maquinaria impone las mayorías.
Las parábolas historiadas son aplicables a Cartagena de Indias, que resbala hacia el insondable donde hierven fétidos dineros non santos y se aceita una locomotora electoral imparable. Para salvarla, el candidato Vélez podría aprender de la historia familiar.

rsegovia@axesat.com

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