Columna


Elecciones presidenciales en Estados Unidos

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

31 de julio de 2016 12:00 AM

Vistas con ojo crítico las convenciones de Cleveland y Pensilvania, no quedó duda de que en los Estados Unidos, como en cualquier república del Tercer Mundo, la distancia entre los partidos y la opinión pública rasca y arde. Se siente el fastidio de los ciudadanos con sus jefes políticos, y las divisiones internas son corolario de tan preocupante desazón. Los que fueron a Ohio y a Virginia quedaron notificados: deben reparar las estanterías.

Los estadounidenses enfrentan ahora una situación en la que la antipatía de los candidatos sobrepasa la simpatía que suscitan, y los electores no tienen más alternativa que votar por uno de los dos antipáticos, salvo que se abstengan. Gaje incómodo de un bipartidismo arraigado en la tradición norteamericana, donde el pluralismo apenas se asoma como soplo esporádico el día que un millonario independiente salta a la arena política con más ganas y plata que electores.

Parecería necesario un viraje en la marcha de la confrontación actual, supliendo los agravios por un cruce de propuestas sobre el futuro de EE. UU. La recesión perdió voltaje, pero el 30% de la riqueza total está concentrada en el uno por ciento de la población, gracias a que la extrema derecha se atravesó en el Congreso, como una mula muerta, entre los proyectos del gobierno de Obama y las necesidades sociales por atender, espichando a la clase media y estrangulando, sin compasión, a las clases populares.

Los demócratas no pueden cometer el error táctico de jugar con las cartas que reparte Trump, pudiendo elevar el debate con anuncios bien sustentados sobre la cobertura en salud, el costo de los estudios universitarios, las regulaciones a Wall Street, un estatuto para la inmigración, una estructura tributaria justa y, en fin, sobre tantos otros aspectos, como la violencia interracial doméstica y la venta indiscriminada de armas, que urgen plumazos del poder del Estado. ¡Ah!, y el confitico amargo de Isis.

Distraerse con refutaciones a lo que se filtró sobre el uso del servidor privado de la candidata, que no trajo consecuencias graves para el Tío Sam, o a los veinte mil correos que tres rusos vagabundos hackearon bajo la mirada cómplice de Putin, en lugar de reajustar las tuercas que bajaron el nivel de aprobación de la ex secretaria de Estado, sería gastarle tiempo y esfuerzos a dos golpes bajos que los delegados a la Convención de Filadelfia esquivaron con un bostezo de indiferencia. La estrategia es despejar de púas el camino a la unidad.

Los republicanos nunca se enteraron de que Bush había dejado a su país en bancarrota, pero culpaban a Obama de no haberla conjurado el mismo día de su posesión. El contragolpe de la lógica está a la vista: un bagazo de candidato presidencial que amenaza con metamorfosearse en presidente.
*Columnista


carvibus@yahoo.es   

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