Columna


Embeleco

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

09 de noviembre de 2014 12:02 AM

No es tan conveniente para la digestión mental tragarse el novelón de que, en una reforma para el equilibrio de poderes, se le tira un salvavidas milagroso, con unas cuantas disposiciones, a la Justicia colombiana. Continúa la temperatura emocional superponiéndose al cómo, por quién y cuándo de un proceso constituyente. Si Sieyès, según Laboulaye, lo que hizo fue confundirlo todo, embrollarlo todo y perderlo todo, bien podía el doctor Santos animar otra danza parlamentaria al son de su zampoña.

La crisis de nuestra Justicia es más de conducta que de estructura. No conozco la primera ley que haya curado las depravaciones de un pícaro con toga y glamour. De modo que no habrá cambio que opere mientras sus servidores no se escojan con rigor y se resistan a hipotecar sus decisiones futuras a pedido de sus nominadores. En una palabra, no habrá reforma útil mientras la Justicia no vuelva a respetarse a sí misma.

Causa hilaridad oír que nuestro aparato judicial se recuperará supliendo la Sala Administrativa del Consejo Superior de la Judicatura por tres organismos nuevos. ¿Impedirá la carpintería legislativa –títulos, capítulos, artículos, incisos y parágrafos– el lobby en los despachos judiciales y los halagos inconfesables que derivan de esa práctica que envenena leyes, decretos y sentencias?

Erasmo de Rotterdam insistía en que a una sociedad bien constituida, con gobernante y magistrados íntegros, pocas leyes le bastarán. Con gobernante y magistrados venales, por muchas que sean no le servirán. La Constitución no es un poder divino que transforma, por arte de birlibirloque, los vicios de naturaleza en virtudes por accesión.

Ha sido tan nociva la llegada de la corrupción a la Rama Judicial, que ya sus extravíos “irritaron al menudo pueblo”, y las excepciones honrosas, o sea los jueces y magistrados que fallan a favor del que mejor prueba y alega, no del que más paga, distan de contrarrestar, a contrapelo de su perseverancia y su fidelidad a los mandamientos del oficio, la inconformidad generalizada con un servicio público que fue modelo en América Latina.

Sin evaluar la dimensión de la crisis de conducta que corroe a la Justicia, por mantenernos enfrascados en el embeleco de que lo que la afectan son bisagras y cerrojos de su estructura, sus distorsiones se multiplicarán. No les hallaremos solución si nuestros dirigentes no se liberan de lo que Hegel llamaba el frenesí de la arrogancia y en lugar de cambiar el sofá por tres butacas extirpan lo que no comunica movimiento después de haberlo recibido. 
De no repetirse el decreto que convoque a extras para hundir otro bodrio, hablamos, Dios mediante, dentro de cuatro años.

*Columnista
carvibus@yahoo.es

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