En menos de un mes, dos Alcaldes en Colombia hicieron entrega de sus municipios por decreto a Dios. Uno de ellos, el de Aguadas Caldas y otro la Alcaldesa encargada de Yopal. Lo irónico de esto es que justamente en estos municipios sus políticos han protagonizado los más sonados escándalos de corrupción.
Esta es la nueva tendencia en gestión de gobierno. Ya no queda nada más que hacer que entregarnos a Dios por decreto. Algunos dirán que es mucho mejor hacer esto que dejar todo esto en manos del diablo. Y claro que sí, parece que el mismísimo demonio nos tiene hasta el cuello. Robos, asesinatos, corrupción, hambre, en fin; parece que el orden social se va al traste.
Cartagena no se salva. En días pasados frente a las cámaras de un importante medio local, la concejal Duvinia Torres adujo, que la solución a tanta delincuencia en la ciudad era entregarse a Dios y cumplir sus mandamientos.
Sigue el discurso religioso mezclándose con lo político. Cuando a un dirigente se le acaban sus argumentos para mejorar su gestión y no visiona el impacto de esta en la gobernabilidad, acude a las herramientas que le parecen más fáciles para justificar su incompetencia. ¿Por qué dejar en manos de Dios lo que puede ser resuelto por el hombre?
Y no está mal colocar la fe o anhelos en un Dios que puede solucionar nuestros problemas. El asunto es, creer que a nosotros no nos queda nada por hacer. Si un dirigente político piensa que Dios es quien lo coloca en un cargo tal, pues entonces que sea coherente, que trabaje para ello y que no deje en manos divinas lo que por mandato terrenal le corresponde.
Todos los políticos que creen que la actuación de Dios reemplazará su gestión política, demuestran la perdida programática de su legitimidad como dirigente. Manifiestan la articulación oportunista de sus intereses y la debilidad y contradicción de su misión. Si los electores pusiéramos la autoridad de Dios por encima de la de los dirigentes terrenales, sobre ningún hombre pusiéramos nuestra confianza.
El hecho más preocupante con esto hoy día, es la facilidad con la que los dirigentes políticos tratan de eludir sus responsabilidades de cualquier manera.
Cuando no es la incompetencia, es el clientelismo o la corrupción, y cuando no es ninguna de ellas, toca echarle la culpa a Dios o al diablo.
Como ciudadanos tenemos derecho a exigir a nuestros dirigentes la consecuente eficacia de su gestión pública. Cuando comprendamos que gran parte de los problemas que nos aquejan es por los dirigentes que elegimos, no sólo nos prepararemos para elegir mejor, sino que en nuestras manos estará la refrendación permanente de la autoridad de nuestros líderes.
Docente Universitario
alvaroquintana@gestores.com
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