Columna


En memoria de Lil

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

12 de octubre de 2016 12:00 AM

Cuando pienso en mi profesora Lil Martha Arrieta Arvilla, en su pronta partida, en su fulminante fuga de este mundo, siempre la relaciono con los versos de cierto poema de José Lezama Lima: “Ah, que tú escapes en el instante en el que ya habías alcanzado tu definición mejor”.

En eso estamos de acuerdo casi todos los que la conocimos. Su muerte, a los 32 años de edad, se dio cuando Lil apenas disfrutaba de la recompensa intelectual que nos otorga la vida cuando sacrificamos gran parte de nuestra juventud estudiando. Lil era una experta en escudriñar las palabras, sus tesis de pregrado (“Implicaciones del medio televisivo en narraciones de experiencias cotidianas”) y maestría (“La construcción de identidad en la búsqueda de consenso a raíz de la crisis diplomática entre Colombia, Ecuador y Venezuela”) muestran a una mujer interesada en los misterios del discurso, en el laberíntico –y a veces contradictorio– universo de las ideologías.
Me consume una triste intriga al imaginar cuál sería la reacción de Lil si viviera el ambiente que hoy se está viviendo en Colombia, qué tipo de análisis propondría, cómo sería su búsqueda de la paz y de qué tamaño su indignación al advertir que todavía hay colombianos que prefieren la guerra. Estoy seguro que ella hubiese enriquecido todos nuestros debates actuales.

Ya ha pasado un año desde el trágico accidente que se llevó a mi profesora de un país desconocido a otro país desconocido. Un año difícil para sus amigos y familiares que en cada momento cotidiano sentimos el abismo de su ausencia. Quien ha experimentado la muerte de un ser querido sabrá que la ausencia es un fenómeno que ocurre cuando un recuerdo toma posesión de un lugar vacío del presente, al punto de que toda evocación se convierte en una sucesión de terrenos baldíos, habitados por la gente que ya no está con nosotros.

Cuando Lil murió, muchos espacios de nuestra vida quedaron desiertos. Los salones de la Universidad de Cartagena no fueron los mismos desde entonces, ni la sala de profesores del programa de Lingüística y Literatura, ni los pasillos de la biblioteca, ni las clases de Taller de Argumentación o Análisis Crítico del Discurso. Cada centímetro que mi profesora marcó con su rutina ha sido invadido por la nostalgia.

Amiga Lil, las personas que te admiramos y te quisimos somos conscientes de que eres irremplazable. El lugar que ocupaste en este mundo siempre tendrá el estatuto de las vacantes perpetuas.

*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena

@orlandojoseoa

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