Columna


Enterrados vivos

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

26 de octubre de 2014 12:02 AM

El Tiempo del 4 de octubre dijo que un hombre supuestamente fallecido debido al ébola, en Monrovia, la capital de Liberia, se movió mientras los equipos de rescate estaban recogiendo su cuerpo. Pasado el escándalo inicial fue trasladado a un centro de salud y el "muerto" se salvó de ser enterrado vivo, una pesadilla tan horrible, que Dante, en la Divina Comedia, en el canto XIX del Infierno describe esta práctica horripilante usada con asesinos (Ed Jackson, pág. 96).

En la Edad Media, las historias de personas enterradas vivas fueron numerosas. La prueba es que muchas veces se encontraron "muertos" que dejaron signos de arañazos en sus féretros.

En el siglo XVIII se desató la fobia a ser sepultado vivo. Esto hizo que en algunos cementerios se atara un hilo en la muñeca de los difuntos, que iba unido a una campanilla para así, si este viviere y se moviera, sonara la campana. En el siglo XIX el miedo a ser enterrado vivo se incrementó y se convirtió en obsesión, la prueba es que escritores y artistas la padecieron. Por ejemplo, Lord Chesterfield afirmo: "Lo único que deseo para mi entierro es no ser enterrado vivo". Gogol dispuso que hasta que su cuerpo no estuviera totalmente putrefacto, no lo enterraran y Chopin dejó escrito: "si la tos termina asfixiándome, abráis mi cuerpo para no ser enterrado vivo". Un cuento del escritor Edgar Allan Poe, cuyo título es "Ser enterrado vivo", describe esta pesadilla.

La preocupación condujo a que para para detectar personas sepultadas vivas se fabricaron ataúdes con tubos a la superficie para alertar a los cuidadores de los cementerios si el "difunto" despertaba. En Cartagena sucedió un caso parecido al de Monrovia. En la epidemia de cólera de junio de 1849, en la cual se dice que fallecieron más de 4000 personas, uno de los infectados fue un personaje alcohólico y muy popular, apodado "Huesito", quien a las pocas horas de estar enfermo, quedó exánime, víctima de la tétrica conjunción del licor y la enorme diarrea del cólera. Sus amigotes, creyéndolo muerto, lo llevaron en un ataúd improvisado al cementerio. Este personaje se salvó de ser sepultado porque el enterrador, quien era su compadre, quiso verlo por última vez y abrió el ataúd. Entonces Huesito exclamó: ¡Todavía no me he muerto! Sálveme compadre de estos brutos. A partir de ese momento "Huesito" perdió su apodo original y le llamaron "El Resucitado" (Delgado. Camilo. Historias, Leyendas y Tradiciones de Cartagena).

Creo que en esta época son raros los casos de personas que padezcan el horror de ser sepultadas vivas, porque los métodos de diagnóstico de muerte son más exactos, sin embargo en una epidemia puede suceder un error como en el caso reciente de Monrovia.

*Columnista

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