Columna


Entre Babel y el mar

ROBERTO BURGOS CANTOR

28 de julio de 2018 12:00 AM

Con constancia ejemplar, al lado del vil metal y el papel moneda con esfinges, el Banco de la República ha ido construyendo la dispersa mina espiritual que, de conocerse, influiría en nuestra imagen futura. Esa, que aún no termina de existir y cuya ausencia nos enloquece. Inermes, así, frente a las aristas de la realidad y el azar. Despojados de la posibilidad recomendada por el arquitecto Gaudí: Vuelve al origen para ser original.

Sin apegos a un nacionalismo trasnochado, el Banco no descuida la perspicacia de mostrar en coincidencias y paralelos las producciones artísticas de hoy, novísimos relatos y sorprendentes búsquedas, de este país y del mundo. La aldea y el universo entre sus constelaciones.

El nuevo director de la biblioteca Luis Ángel Arango, un severo y amoroso estudioso del Caribe, don Alberto Abello Vives, oriundo del mar de los Koguis por cierto, encontró algunos tesoros cuya importancia renovará miradas, repeticiones, que nadie se ocupa de comprobar.

Menciono su origen marino por un hecho aplastante. La forma como el centralismo irredento se acoraza para adormecerse en la neblina del crepúsculo que Laureano Gómez llamaba fugaz. Y desde esa modorra es imposible ver a las tierras bajas. Algunos piensan que, si don Rafael Núñez sembró las semillas de una banca central, era de cortesía incluir en sus desarrollos a gentes de mar. Si provenían del mar del Cabrero, donde Núñez filosofaba y llamaba poemas, mejor.

Después del 91 aprendimos de excelentes economistas. Salomón Kalmanovitz, Antonio Hernández Gamarra, y el admirado Adolfo Meisel, quien hizo aportes desconocidos para comprender la pobreza y la desigualdad y se metió con los trastos de la iglesia en ese espléndido ensayo sobre el efecto económico de los bienes de manos muertas.

Ahora, en la biblioteca y su red regional está Abello Vives. Por artes de la justicia, Abello, dio con manuscritos de un escritor llamado Gabriel García Márquez. Encontrar huellas así, del grande escritor de la lengua, no tendría mayor curiosidad. Tal vez burlarse de los ricos compradores de manuscritos de escritores, por tener algo que ellos no tienen.

En ellos hay diversas versiones de un mismo cuento de García Márquez, y también una historia inédita que debió perderse en uno de los lugares donde el feliz indocumentado pernoctó, sabedor de que él esperaba otro amanecer.

¿Qué importancia tiene? Cada quien señalará la que su sensibilidad indique. Pero críticos y ensayistas, escritores cachorros, podrán admirar o comprobar diversos secretos. Entre ellos: dónde escribía Gabriel, junto al campanario de San Nicolás, o en el silencio inspirador, de convento, de la Cartagena de Indias aquella. ¿A quién leía? Y el rastro imborrable de los enamorados precoces: ya ven a la mujer que vendrá a sus vidas.

*Escritor

reburgosc@gmail.com

 

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