Columna


Entre las olas

ROBERTO BURGOS CANTOR

12 de octubre de 2013 12:02 AM

La realidad se encargó de corroer la armazón de las mentiras, solemnes de formalidad, con las que Colombia se maquilló: elecciones, Congreso, rama judicial, culto a la ley y acatamiento a las decisiones de la justicia, pacifismo, sentimiento nacionalista de su ejército, contención en el discurso público.

No hay que desempolvar archivos ni contratar paleógrafos: compras de votos, amenazas, falta de programas. Congresistas condenados por tropelías de comienzo a fin por el Código Penal y desconocen una ética de vecinos. Jueces que parecen un sindicato de privilegios y no dadores de justicia, probos, y sabios: la ley se cumple si facilita el designio del gobernante y las bravuconadas contra las fronteras. Y se podría seguir.

Unas conductas con motivo de la sentencia que puso término al diferendo con Nicaragua sobresaltan por su desvergüenza. Entre la torpeza y el ridículo, entre el ineficiente y gastado retoricismo de nuestra América, confuso y pretencioso lenguaje de jurisconsultos, más gritos autoritarios de los guerreros y más inexpugnables admoniciones eclesiásticas: batiburrillo solitario del inepto poder.

Colombia también, como muchos de sus ciudadanos, se resiste a la observancia de la sentencia del juez cuando le es adversa. El espectáculo, vodevil de escenario ambulante que arrastra sus apolillados trajes por cuanto tablado encuentra en el camino errático de sus ambiciones pobres, solo servirá para enriquecer a gestores sin argumento.

Ante aflicciones por todas las razones, en especial por aquella que muestra que fuimos advertidos con suficientes señales, desespera que aún el Gobierno no afronte el conocimiento riguroso del Caribe.

La foto de los días cercanos a la sentencia del tribunal Internacional, donde un veterano capitán de goleta, en chanclas y con el ángulo de abertura de las piernas de los marinos que hablan con la tormenta en cubierta, sentado, ni siquiera se para a saludar al Presidente colombiano que llega desconcertado a San Andrés. Es obvio que revocó su mandato, si alguna vez lo dio. Es obvio que sabe que es tarde para cacareos. Pero la foto es patética y el titular que la antecede ni se diga. Recuerda aquella verificación de los expertos: el ejercicio del poder vuelve feo al gobernante. Mujica y el patrón de la Città lo saben y juegan al anti poder.

Pero algo más antiguo vuelve: el poder enloquece. El sabio de la condición humana, Shakespeare, lo mostró. ¿Ustedes vieron en un Caribe bonancible a un señor frente a un micrófono en la cubierta de un buque, y su auditorio de militares, ministros, jueces, y mujeres con el viento en los cabellos?
¿Imaginan un torpedo en altamar? ¡Ay! El Estado.

*Escritor

rburgosc@etb.net.co

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