Quizás el primer sentimiento que tuvo el hombre en el oscuro rincón de la caverna, fue el miedo. Muchos analistas lo asimilaron al desconcierto, al instinto de conservación.
Ese miedo ha sido estudiado prolija, intensamente. La vivisección de sus contornos, y sus implicaciones se dibujan y definen, pero no se han podido precisar, reducir, menos aún eliminar.
Todos somos niños asustadizos. Criticamos el miedo ajeno pero sentimos el propio y bailamos con su compañía toda la existencia.
Los hombres de cada región tienen debilidades especiales. En el Caribe tenemos miedo al mar porque vivimos en él y le conocemos. Pero también están falsos temores que nos endilgaron. Aquello de que “cuando es a pelear, es a correr” nos maltrató tantos años. Pambelé nos redimió de esa imputación absurda. Antropólogos de agua dulce elucubraron sobre aspectos genéticos del hombre Caribe contra todo rigor científico.
Muchas veces hemos discutido sobre qué fue primero, el dolor o el miedo. ¿Es el uno consecuencia del otro? Algunos creen que el instinto de conservación tiene que ver con el miedo. Pero muchas veces el temor llega a los extremos de anular la reacción instintiva.
Se dice que el temor viene del pasado, pero su importancia crece en las perspectivas del porvenir. Ese es el mayor problema.
El futuro es incierto. Técnicas y esfuerzos no lo vuelven más predecible. El futuro seguirá inquietando, hagamos lo que hagamos. Nadie se asusta ayer sino hacia mañana. El miedo se proyecta hacia el futuro.
El terror, que viene de tierra, es el extremo del temor. El respeto y la tolerancia son la versión inteligente del miedo primitivo. Los cobardes mueren del susto mil veces, mientras el valiente lo hace solo una vez ha dicho Perogrullo. Pretendemos mitigar su impacto y consecuencias. Pero de poco sirve.
Los sensatos temen, los tontos nos asustamos. La valentía ha sido destacada y exaltada siempre, y muchos la definen como el temor a sentir miedo. Superar instintos es un gran propósito. En la vida moderna la cautela propicia extremar medidas que han constituido a la seguridad en un negocio que maneja billones.
Por eso al negociar la paz, que se volvió obsesión de grandeza y consagración de un gobernante, hay que sentir y actuar conociendo el miedo ajeno. El “otro” también tiene miedo. Su intransigencia, y su desafiante arrogancia es una táctica, o es haber sentido la obsesión por conseguir el acuerdo, y así se aprovechan de buenas intenciones que confunden con debilidad. Cuando se firme el acuerdo otros vanidosos, los de las FARC, perderán protagonismo, así les concedan imposible impunidad y escandalosas canonjías.
Pero recordemos que negociar es conceder muchísimo menos de lo que pretende la contraparte y lograr más de lo quiere comprometerse.
abeltranpareja@gmail.com
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