Todo lo que leemos, lo hacemos fatalmente contemporáneo. Eso es leer, lo otro es simple consulta. Si Grecia fue dominada por Roma, terminó ésta rendida ante la cultura helénica.
Cicerón aceptó esos tributos sin inmutarse. Si supiera que en otros parajes llamamos padres de la patria a algunos congresistas llenos de mermelada y fatuidad, quizás se hubiese indignado.
No hay nada más sabio que un libro viejo. Volver a sentir las voces de Grecia y Roma es la más grata experiencia. Hoy se ha sustituido el saber por el conocimiento y este se acumula en las antipáticas memorias de los computadores. Es un conocimiento de nadie, o como los títulos valores, a la orden. Los libros viejos que tanto enseñan y deleitan traen por lo general microorganismos que nos producen tos, urticaria y reuma. Son fuente generadora de alergias que incuba el tiempo. Pero ahora vuelven en ediciones frescas con excelentes versiones que ofrecen casas editoras que abandonaron ese fastidio de los bestsellers.
Todo lo que leemos, lo hacemos fatalmente contemporáneo. Eso es leer, lo otro es simple consulta. Si Grecia fue dominada por Roma, terminó ésta rendida ante la cultura helénica. Con esos antecedentes hemos vuelto a Cicerón y sus tratados. Se les censura no tener toda la originalidad filosófica. Parecen ensamblados con platónicos componentes, pero deslumbran las reflexiones.
Poeta de altura, y filósofo. Sus tratados lo consagran. Lo que llega a nosotros conmueve y enseña. Su reconocida condición de orador y la facilidad de expresión no le quita peso específico a su pensamiento.
En ese momento de la humanidad hubo una constelación de hombres que el olvido no ha logrado incluir en su ignominioso archivo. Pompeyo que llevó las fronteras del Imperio Romano hasta el Éufrates. Julio César, maestro de la prosa latina, un éxtasis de la plenitud y capital de la gloria. Dominó la especie más feroz, jactanciosa y perversa de la tierra. Esos fueron los amigos y los contrincantes, los admiradores y los detractores de este hombre que se llamó y se llamará Cicerón mientras la elocuencia sea atributo a considerar.
Cuando salvó a Roma de la conspiración de Catilina, afirmó que era “un hecho mayor preservar a Roma que fundarla”. El Senado resolvió conferirle el título de Padre de la Patria y declararlo Inmortal. Cicerón aceptó esos tributos sin inmutarse. Si supiera que en otros parajes llamamos padres de la patria a algunos congresistas llenos de mermelada y fatuidad, quizás se hubiese indignado.
Fue un egregio intelectual conducido a la política. Era tan brillante que nadie lo creía práctico, esa era la gloria de su entendimiento y su desgracia en la política. En definitiva, que lo obedecieran le importaba menos que lo comprendieran. ¡El arquetipo de los intelectuales en política!
Una reflexión de Cicerón recuerda que los viejos tienen menos futuro que los muchachos, pero saben más del futuro. La facundia, o facilidad de palabra se remite a ese gran romano.
En su época Cicerón tuvo que vérselas con Julio César, Augusto, Pompeyo, Marco Antonio y Catón. Hoy le hubiese resultado más fácil con todos esos que dirigen el mundo.
abeltranpareja@gmail.com
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