Columna


Esta ciudad de los espejos

ÁLVARO E. QUINTANA SALCEDO

01 de mayo de 2014 12:09 PM

Eran las 4 de la mañana del lunes cuando el hijo de un buen amigo se disponía a ir a su trabajo en Bazurto. Todos los días madruga para enfrentarse al intenso agite de un medio difícil en el que muchos cartageneros de bien llevan años trabajando con pujanza en sus labores comerciales.

Apenas saliendo de su barrio y preocupado ya por el ajetreo, el bullicio y el ritmo afanoso del mercado, sus pensamientos son interrumpidos por un inesperado golpe y la aprehensión de unos tipos raros que increpándolo lo meten en una camioneta lujosa. Lo llamaban por otro nombre. Le decían que respondiera por lo que debía, pues él sabía lo que debía. Con mucho temor el joven trataba de explicar que no era la persona que ellos buscaban y que no se llamaba como le gritaban.

Luego de los angustiosos momentos, en los que sus sollozos se intercalaban con un ruego desesperado para que no le hicieran daño, y luego de que otro sujeto llegara y confirmara que no era él su objeto de búsqueda, fue abandonado en las inmediaciones de la variante Mamonal Gambote.

“Nunca pensamos que estas cosas puedan pasarle a uno”, decía mi amigo. Como él, la gran mayoría de cartageneros nos hemos acostumbrado a los robos, atracos, asaltos, amenazas, extorsiones, secuestros express y delitos contra la integridad personal en todas sus modalidades. “Esas cosas sólo le pasan al que la debe”, “En algo raro anda”, “Seguro es un ajuste de cuentas”. Frases como estas legitiman la violencia. Análisis que desde la lógica simplista solo siguen retroalimentando la desinformación, la confusión de la opinión ciudadana,  generando más y más explicaciones dudosas que dejan un sin sabor cuando lo que se quiere, es hallar las causas verdaderas y confirmar lo que en sí ya todos sabemos: Que la inseguridad nos agobia.

Conozco el caso también de una enfermera que salió de su casa vestida de blanco y que esperando el transporte para ir a su lugar de trabajo, fue abordada por unos sujetos que la llevaron hasta donde estaba el jefe de la banda para que lo curara de una herida producida en una riña.

Bandas criminales y escuelas de sicariato bien preparadas, bien armadas y con una estructura de redes; operan sigilosas en la ciudad. Ya no son clandestinas, la gente en los barrios las conoce, la Policía las conoce, pero en Cartagena no pasa nada.
Como ciudadanos tenemos derecho a transitar libremente por cualquier calle, o lugar, a cualquier hora, a sentirnos seguros y a estarlos.  La discusión sobre la inseguridad siempre llega a la misma conclusión; para las autoridades las cifras son bajas comparadas con otros años.

Aquí no pasa nada, como habitantes del Macondo cartagenero somos incapaces de advertir nuestra propia situación. No sabemos cuál será el final y parafraseando a Gabo, está previsto que esta ciudad de los espejos (o los espejismos) será arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado.

*Docente Universitario
alvaroquintana@gestores.com

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