Columna


Estado y religión

ÉRICA MARTÍNEZ NÁJERA

26 de mayo de 2016 12:00 AM

La separación entre estado y religión, uno de los aportes de la revolución francesa del que surgió el estado laico, había sido defendida por Jesús, hace más de dos mil años con la categórica sentencia “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

Hace días, un juez en Cartagena ordenó suspender provisionalmente artículos de un acuerdo del  Concejo Distrital, que establecen, para recuperar los principios religiosos, la práctica de la oración y el abrazo fraterno al inicio de todas las actividades en entidades públicas o privadas de la ciudad, incluidos los colegios, así como implementar un programa de restauración de hogares con jornadas de formación espiritual lideradas por entidades cristianas.

Como norma general, todos los cartageneros sin excepción teníamos la obligación de cumplirla. Más allá de discutir la eficacia de la norma, o de poner en duda si el Concejo de Cartagena tenía facultades para expedirla o no, reflexiono sobre cómo los medios de comunicación, los ciudadanos y los líderes religiosos reaccionaron.

Los medios divulgaron una noticia no veraz, diciendo que un juez había “prohibido” las oraciones y los abrazos. Sin rubor nos dijeron que un juez nos prohibía orar y abrazarnos, y por supuesto, la reacción de los ciudadanos no se hizo esperar. La noticia se volvió tendencia en redes y todos replicaban la noticia, sin detenerse a pensar sobre su veracidad. Los líderes religiosos, incluido el arzobispo, salieron a opinar, periódico en mano, y convocaron manifestaciones en contra de la decisión.

Recordé entonces una charla con Pablo Abitbol, en la que él decía que la verdadera paz se construye con verdad, compasión y no violencia. 

Aquí no hubo verdad, pues el juez nunca prohibió nada, sólo suspendió, por considerar que violaban la constitución, unas normas expedidas por el Concejo, y creo que era lo que le correspondía. Así como él no podría impedirnos orar cuando queramos, en público o en privado, el concejo de la ciudad tampoco puede a través de una norma ordenarnos hacerlo. Ha dicho la jurisprudencia constitucional que al Estado le está prohibido establecer una religión o iglesia oficial, e incluso identificarse formal o explícitamente con una de ellas.

Hubo violencia, porque el juez fue sometido a un matoneo social, arriesgando su integridad, lo que ya es costumbre. Se nos olvidó que las decisiones de los jueces son independientes y les debemos respeto. No se contradicen por redes sociales, sino con recursos de ley.

¿Si irrespetamos las instituciones judiciales, y no pasamos las cosas que decimos por el filtro de la verdad, a qué paz aspiramos?

Qué bien nos caería hacer lo que dijo Jesús, cerrar la puerta y orar a Dios que está en lo secreto. ¿Cuál es el afán de imitar a los fariseos que fueron llamados sepulcros blanqueados?

*Rotaremos este espacio para mayor variedad de opiniones.
ericaluciamn@gmail.com

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