Las manifestaciones en Brasil me producen envidia. No quiero que corra más sangre entre mi gente, pero si apelo por reclamaciones pacíficas que desenlacen en cambios. Los indignados de esta tierra se perdieron en un conflicto que cumplirá 50 años empantanado en distorsiones retóricas, en formas de lucha ininteligibles, en ejecuciones terroríficas, desdibujadas en sangre y lágrimas que nos hastiamos de verter y generaron un adormecimiento, indiferencia o miedo al reclamo.
El dolor nos hizo enfocar nuestras exigencias a la paz, esa que hoy se negocia como un lastimero remedo a las movilizaciones sociales que lograron algo. Lastimero, porque son bajo el precepto de paz y no de justicia social, posibilitando posiciones guerreristas de debilidades y fortalezas, de impunidad y castigo, desestimando el cambio para reestablecer justicia sobre poblaciones vulneradas y excluidas. No se trata de redimir a las Farc que se desdibujaron en las complejas realidades de un país con suelo apto para la coca, corrupción y mafia, sino de comprender más allá de una circunstancia política.
En Brasil, protestan por el transporte público. Aquí lapidamos millonarios recursos en un proyecto anacrónico como Transcaribe, el cual fue diseñado en una realidad de movilidad distinta a la actual y que además nunca convenció plenamente a los entendidos. La experiencia de sus pares pone en tela de juicio su éxito. Su reiterada improvisación ha burlado cualquier paciencia, credulidad y la misma tontería de ser testigos inertes de un proceso irregular y desprestigiado.
Simultáneamente, el transporte público vigente es un constante irrespeto a los usuarios. La autoridad del tránsito se esconde tras razones que insultan la inteligencia. El argumento del déficit de policías es eterno, lo mismo que los malos sueldos. El tiempo pasa y ese sobre-diagnosticado problemita nadie lo puede superar. Combate la ilegalidad ignorándola y las soluciones se basan en operativos que sólo sirven para alimentar indicadores de gestión y posar para la foto del periódico.
Los prestadores del servicio deciden hasta dónde llegan, a quién llevan y por cuánto. Los usuarios están a la merced de las conveniencias del conductor. El problema es aterrador cuando hay víctimas fatales. Los últimos días parecen marcados por una maldición dada la cantidad de muertos por accidentes de tránsito. El silencio sobrecoge y la justicia deja mensajes ambiguos sobre la responsabilidad de los infractores.
Aun así, de movilizaciones serias, nada. Algunos nos levantaremos a votar impulsados por la pasión de una democracia de papel. Aplaudimos el circo de gobiernos ilegítimos.
Ya en Brasil, la gente dejó de quejarse en las salas de sus casas. Increpo a los cartageneros a la reflexión. El informe de CCV nos da motivos para dejar la indiferencia. Que se note la indignación.
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