El Estado, la democracia, la organización política, la representación y el poder público, todo ha perdido su razón de ser. Lo que vemos en esta campaña política es gente explotando un buen parecido, o la juventud extrema para lograr un puesto bien remunerado, que es más fácil y productivo que lograr uno en el sector privado, o que iniciar un negocio propio.
Elegiremos en éstas a los representantes del pueblo en el poder legislativo, y no sé si la gente entendió, y si sí, los aspirantes, o sus agencias de publicidad no, que el asunto no es elegir protagonistas para una telenovela, ni siquiera al más carismático, aunque para liderar hay que serlo, sino a los más inteligentes y aplicados; a los que puedan gastarse días leyendo, entendiendo, socializando y controvirtiendo los proyectos para hacerlos mejor.
Yo a menudo me pregunto si tanto “cocacolo” simpático tendrá noción de las tareas que van a desempeñar en los cargos a los que aspiran, y si realmente tienen la vocación y la formación académica, no para hacer leyes, ese sería el colmo de mi ingenuidad, sino al menos para leer, entender y votar a conciencia, los proyectos de leyes que caigan en sus manos. O si es que estas ya vienen hechas por consultores, y entran al congreso para servir de espectáculo a la charlatanería nacional.
¿Será que la juventud y la buena apariencia física, que no podemos desconocer son atributos bien valorados por los humanos -igual que la fuerza, la inteligencia, la formación académica y humana, la honestidad, el buen criterio, la creatividad, el valor, la originalidad, la personalidad, la bondad, como tantos otros- es el más valorado de todos; que es más fácil entrar al corazón que al cerebro de nuestros semejantes; que la vista es la que elige?
Qué triste que fuera así, porque no sólo nos regresa a estados primitivos, si no que nos coloca en un plano inferior al de los animales, que al menos saben qué los beneficia y qué los perjudica.
Tampoco, como usualmente se piensa, los más jóvenes son más honestos, ni las mujeres más que los hombres. Estos (as) muchas veces son manejados por personas que si saben sacar provecho personal de los cargos públicos.
Es que tanto se ha desdibujado el poder público, que muy pocos lo conciben como el instrumento básico para transformar nuestra realidad, mejorar la vida económica, la vida social y las condiciones materiales de nuestro entorno. Lo convierten en un valioso bien que vender al mejor postor, o en un satisfactor de egos y vanidades bien remunerado.
Debajo de estas figuras de farándula -que tristeza reconocerlo- al igual que sucede en las otras ramas del poder, están los que no figuran, pero sobre los que recae el verdadero trabajo, el que ellos hacen, pero otros cobran.
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