Terminando el año los medios eligen el personaje del año. La revista Time eligió a los luchadores contra el ébola. Omitió, sin embargo, al más progresista del 2014: Francisco. Quizás porque al Papa le gusta pasar debajo del radar. Quilates no le faltan, logró en meses lo que otros no alcanzan en décadas. Transformó a la Iglesia y es actor político, audaz y astuto.
Más allá de pedir a los religiosos musulmanes condenar al terrorismo y a líderes mundiales optar por los pobres, plasmó su audacia en dos hechos concretos: convocó al Vaticano al jefe de Estado israelí Shimon Peres y al presidente palestino Mahmud Abas para orar por la paz; pero el más visionario se supo este miércoles, cuando Barack Obama y Raúl Castro delataron a Francisco como el gran mediador para acercarlos.
Obama y Castro le agradecieron por ayudar a derrumbar el último muro de la guerra fría y recordaron las visitas oficiales al Vaticano, donde Francisco usó sus dones diplomáticos para destrabar lo impensable, así como Juan Pablo II usó los suyos para detener una guerra entre Argentina y Chile por el Canal de Beagle.
Francisco reniega cuando lo califican de estratega político, prefiere ser pastor y ejemplo. Con la intelectualidad jesuita y la viveza criolla, sus modales calmos suelen terminar como gritos estruendosos que avergüenzan estilos de vida, tanto de agnósticos y laicos como de obispos y religiosas.
Sus frases simples y directas definen su nueva catequesis. A su humilde “recen por mí” apenas salió humo blanco del Vaticano, le sumó la pregunta “¿quién soy yo para juzgar?” cuando los periodistas lo embretaron por la posición eclesial sobre el homosexualismo, lo que terminó en un documento vaticano más comprensivo con los homosexuales.
A su política de “tolerancia cero” sobre la pederastia, la convirtió en una caza interna de religiosos depravados que arrojó a la justicia. Demostró que pecado y delito no son sinónimos. Y aplicó la misma vara para juzgar a los curas abusadores en Granada, que para despedir a obispos corruptos del Banco del Vaticano.
Francisco dejó una frase contundente: “La verdad es la verdad y no hay que esconderla”. Se lo ama por ser transparente y autocrítico. Igual le da pedir a sus discípulos apartarse de los autos de lujo, a que sean misericordiosos o que evangelicen con alegría y “sin cara de funeral”, como escribió en Evangelii Gaudium.
Francisco es simple pero se mete donde sus antecesores no pisaban. Pidió que para el conflictivo Sínodo de la Familia, de octubre, se revisara el estatus de los divorciados; los calificó de “excomulgados de hecho” y dijo que “no se cerraran las puertas de la Iglesia para nadie”, mientras bautizaba a hijos de personas no casadas.
Bergoglio tiene muchos desafíos, pero los zanjará su espíritu transformador: reformar a la curia, incluir a las mujeres y evitar el éxodo de fieles hacia otras religiones. En cuanto a las relaciones EEUU-Cuba, ojalá las acompañe y su brisa transforme a la dictadura castrista para que respete los derechos humanos y no quede todo resumido solo al intercambio de un par de presos y espías. Los cubanos, todos, ansían la libertad y elegir su destino.
trottiart@gmail.com
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