Cosas simples que damos por aceptadas no resisten el más ligero análisis. Es impresionante la cantidad de verdades que nunca hemos cuestionado, que nos acompañan desde siempre, cuya repentina revisión nos inquieta.
El mañana ha gravitado sobre la humanidad desde la oscuridad de la caverna. Los movimientos de los astros nos iniciaron en su comprensión, mientras los ocasos nos seducen en la espera.
Una pregunta de un menor: “¿ya es mañana?”, “¿y si no, cuándo es y por qué?”, nos mete en camisa de once varas. En muchas tiendas de barrio había un letrero que decía “Hoy no fío, mañana sí”. Ese jugar con el mañana nos acompaña y nos domina. Cuando tropezamos con el tiempo resultamos enredados.
El ser humano tiene adicción a devorar tiempo. El hombre sufre de aguda cronofagia. Sus sueños van al futuro, a lo incierto y aleatorio. Es muy jodido soñar para atrás. El amor y el odio son los sentimientos que superan esa barrera. Ayer, hoy y mañana diría cualquier bolero.
El presente es pasado y el mañana va camino de serlo. Tenemos la tendencia de anteponer al futuro, el disfrute y deleite. Porque es mucho más esperar que tener, porque esperar es tener, pero tener no es esperar. Así soñar sería más que vivir, por las mismas razones. En algún momento hemos creído que la vida es una chequera que nunca se va a acabar. Muy pocos sabios han logrado montarse del todo al caballo del presente.
En la fugacidad de un instante radican muchas cosas. Cuando se trata del tiempo preferimos cien pájaros volando que uno en la mano. Según Cioran: “El tiempo no está hecho para ser conocido, sino vivido; escudriñarlo es envilecerlo, es transformarlo en objeto”.
Creemos saber lo que ocurre en el presente. Del futuro solo saben los dioses, que son dueños de las luces.
El mañana es la sonrisa de una mujer hermosa o la agorera perspectiva de un presagio. “No debemos preguntar qué es el tiempo, sino cómo se usa”, decía San Agustín.
Según el viejo Marx, el sistema capitalista y la plusvalía tienen fundamento en el ahorro del tiempo. Se refiere por lo general a tiempo ajeno y productivo, o al propio, acumulado para gastarlo en el futuro.
Relacionar el tiempo con el cambio es otra posibilidad. El cambio se asocia con el movimiento y el espacio, pero cuan difícil es la comprensión del tiempo. Anacrónicos o ilusos seguimos confundidos.
Engels decía que “el tiempo no es nada si no pasa nada en él”. La única forma de liberarse de las angustias del presente es comprender el tiempo. No es meterse a buscar el tiempo perdido, sino soñar con un mañana, que como grandes ingenuos creemos que será mejor. Todo este cuento se reduce a que el tiempo solo tiene una realidad, la del instante.
Cuántas necedades. Mañana es mañana y no le busquemos más vainas. abeltranpareja@gmail.com
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