Columna


Gabo infinito

ALBERTO ABELLO VIVES

21 de mayo de 2016 12:00 AM

Mañana 22 de mayo su recuerdo quedará por siempre en el corazón de la Universidad de Cartagena. El 17 de junio de 1948, cuando alcanzó la mayoría de edad de los veintiún años ciento tres días antes, un joven llamado Gabriel García Márquez se inscribió en la facultad de Derecho y Ciencias Políticas, con la boleta número ciento veintinueve, para los cursos de estadística y demografía, derecho internacional público, derecho civil 2° (bienes), sociología general, derecho constitucional 2°, derecho canónico y procesal canónico, historia de las doctrinas económicas y seminario de derecho constitucional. Le quedaron pendientes antropología y psicología, de segundo año, que debería cursar más adelante. Entregó al inscribir el diploma de bachiller del colegio Nacional de Zipaquirá, expedido por el ministerio de Educación Nacional el 12 de diciembre de 1946, y luego la firmó. Firmó la inscripción dos veces: como alumno y como acudiente. 

El cumplimiento del deber como hijo de padres, que -como todos- lo querían profesional, se imponía al pálpito de la vocación descubierta por su abuelo, cuando hacía garabatos sobre las tablas de la casa de Aracataca. El compromiso y la responsabilidad con el árbol frondoso de la familia pesaban más en el alma, que el llamado del talento y la obsesión por la narración.

En una calle de Getsemaní, tuvo el encuentro afortunado con un ángel negro quien lo tomó de la mano y le abrió las puertas del recién creado periódico El Universal. Manuel Zapata Olivella lo introdujo al reino del periodismo y la intelectualidad local y a partir de entonces aprendió del maestro Clemente Manuel Zabala (usted llegará lejos, le dijo), se reencontró con su profesor del colegio San José de Barranquilla, el escritor y pintor Héctor Rojas Herazo, hizo amistad con el poeta Gustavo Ibarra Merlano, con quien leyó Antígona, tuvo tiempo para juguetear con el mago Dávila para hacer el periódico más pequeño del mundo e ir de cháchara a los tenderetes de «La Cueva» en el mercado público al cierre de las ediciones. Encontró el camino que lo alejó del derecho, la estadística y la demografía.

Lo que sigue, se conoce. Lo supimos por la investigación de Jorge García Usta publicada bajo el título ‘Cómo aprendió a escribir García Márquez’ y lo corroboramos encantados al leer ‘Vivir para contarla’.

Cartagena le dio la luz y el afecto para sentirse seguro y salir a encontrarse con el gran Gabo, como se le terminó llamando por los rincones del planeta. Cartagena lo inspiró y él la narró, prefiriendo para ella historias de amor. Desde mañana un faro en el patio central del claustro de la Merced de la universidad festejará la hazaña de quien un día abandonó sus aulas para buscar el infinito.

*Columnista semanal

albertoabellovives@gmail.com

 

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