Columna


Gabo nació en Caracas, no en Aracataca

ÓSCAR DOMÍNGUEZ G.

07 de septiembre de 2015 12:00 AM

Dicho por el presidente Nicolás Maduro, de Venezuela, sería un lapsus más. Pero no. El título de esta columna es el de un delicioso y documentado libro del periodista venezolano Juan Carlos Zapata sobre el período caraqueño de García Márquez.

Maduro anduvo en el lejano oriente exportando su revolución de sudadera y prestando plata.  Hace poco, antes de que los chinos  se comprometieran a prestarle cinco mil millones de dólares, Maduro, de bigotito de inofensivo cantante de boleros, había retado al expresidente Uribe, a darse en la jeta.
Ojalá a Maduro, el nuevo rico sin plata, para distraer a los anfitriones, no se le haya ocurrido  bailar otra vez  La pollera colorá en Pekín. Lo vimos haciendo el ridículo en las imágenes de televisión. Tiene más ritmo un ciempiés.

A lo mejor, durante su periplo por semejantes lejanías el nuevo gurú de la economía mundial explicó cómo para reducir la inflación, llenar supermercados y revitalizar el precio del petróleo, la estrategia es emprenderla contra indefensos paisanos del Nobel de Aracataca cuyo única riqueza –y peligrosidad- son manos encallecidas hechas para conseguir la yuca.

La estrategia del insólito Donald Trump sin peluquín,  es tan efectiva como vender el desacreditado sofá para garantizar fidelidad.
Otros venezolanos, esos sí ilustres,  le dieron tremenda mano al Nobel García Márquez en su niñez. Se trata de hermanos venecos que fueron bien recibidos y mejor tratados en Aracataca cuando salieron huyendo de la dictadura del general Juan Vicente Gómez.

Está escrito en el libro mencionado al principio de estas líneas. Juan Carlos Zapata, gabomaníaco furioso, cuenta que fue a una venezolana exiliada, Juana Alcalá de Freitas, a quien Gabo le escuchó narrar el primer cuento formal que conoció: Genoveva de Bravante. Los cuentos que le narraba Juana enriquecieron y alborotaron su imaginación.

Otro que hacía  parte de la “colonia inolvidable de venezolanos” que llegaron fue el médico y boticario Alfredo Barboza a quien la madre del novelista, Luisa Santiaga, le comentó, desolada, que su hijo quería ser escritor: “Es un regalo del cielo”, dijo Barboza. Solo entonces “Luisa Santiaga se rindió”.
Ahora “habemus” Nobel y colombianos ofendidos en la frontera por culpa de los sucesores de Bolívar. Que no se entere el Libertador.

oscardominguezg@outlook.com

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