Columna


Genio y figura

AMYLKAR D. ACOSTA M.

28 de diciembre de 2013 12:02 AM

¡El día que se acabe mi vida les dejo mi canto y mi fama!: Diomedes Díaz M.

El Frenético periplo vital de Diomedes Dionisio Díaz Maestre, El Cacique de la Junta, ahora que partió para siempre dejando sin consuelo a su fanaticada, la misma que siempre llevó “del alma prendida”, sí que se puede sintetizar con el adagio popular, genio y figura hasta la sepultura. La música fue su vida, su pasión y desde bien temprano se entregó a ella con cuerpo y alma, ora como compositor, ora como intérprete o como verseador, porque dada su versatilidad lo mismo le daba amenizar una parranda o actuar en una tarima interpretando con su característico estilo las canciones o improvisando cadenciosos versos, porque fue también un gran repentista.

Desde niño mostró sus dotes de cantautor y cuanto hizo de diferente a componer canciones y a interpretarlas fue sólo el pretexto para  desplegar sus atributos de cantante e intérprete. Como se dice coloquialmente en la Provincia de Padilla, Diomedes, dado su origen humilde y las precariedades de su hogar integrado por Rafael Díaz y Elvira Maestre, pasó en su niñez más trabajo que Justo Rojas en Villanueva. Ambos terminaron consagrándose como verdaderos juglares del folklor vallenato, nimbados además por la gloria y la fama, en el caso de Diomedes eclipsadas por momentos por sus excesos y desvaríos. Estos, a ratos, le merecieron la reprobación y hasta la descalificación por parte de quienes, como afirmó José Martí, en lugar de hablar de la luz del sol no hablan más que de las manchas que tiene.

Qué fatídica coincidencia, el mismo año en que la Parca vino con su guadaña para llevarse a Leandro se llevó también a Diomedes; dos pérdidas irreparables, porque ambas figuras icónicas del vallenato dejan un gran vacío, asaz difícil de llenar por cuanto ellos se convirtieron en únicos e irremplazables. Él auguraba que “la vida fuera estable todo el tiempo”, pero a la postre se convenció, con Pedro Calderón de la Barca, que “la vida es un sueño” y así fue la suya. Y al emprender su último vuelo Diomedes tiene que haberse acordado de una de sus composiciones cuando cantaba “mejor me voy, mejor me voy, como hace el cóndor herido”, esta vez rumbo a la inmortalidad de los mortales.

Diomedes le confesó al cronista por excelencia, Ernesto Mcausland, la duda que le atormentaba: “si yo supiera que uno sirviera más muerto que vivo, yo me muriera hoy, pero no sé. Ernesto, no sé”. Diomedes servía más vivo que muerto, pero qué le vamos a hacer, el hombre propone y Dios dispone. Con su temprana desaparición una fulgurante estrella se apagó sin vísperas y deja de brillar en el firmamento del cantar de los cantares.
¡Paz en su tumba!

amylkaracostamedina@gmail.com
 

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