Los procesos migratorios en el mundo enriquecen a los países de destino pues exportan el capital cultural de los foráneos. A la rutina de Cartagena, por ejemplo, se ha integrado un heterogéneo grupo de italianos compuesto, entre otros, por uno a quien llaman “El Maestro”, que hace una deliciosa pizza en el barrio Daniel Lemaitre; una siciliana artífice de una asociación en Getsemaní, que le propone a la ciudad una agenda cultural permanente; una bella profesora lombarda que abre la mente de los estudiantes de la Universidad Tecnológica de Bolívar a la pasión por la etnografía; y un romano experto en el polvorín del Medio Oriente, que dicta conferencias sobre resolución de conflictos.
Italia está en el corazón de la humanidad por la poesía de Dante, los delicados dibujos de Leonardo Da Vinci, las delirantes imágenes de Fellini, y por su culto a los placeres de la vida, como los manjares que se cocinan en el fuego lento de su tradición culinaria. Hoy es un país que aún vive del eco de la dulce vida ganada por el tesón de su gente. Y esos símbolos nacionales, entre las noticias de su crisis económica, siguen vivos en el corazón de la humanidad.
La migración de quienes hacen de cualquier rincón del mundo su casa y practican allí sus virtudes sería la regla de vida de un ciudadano universal. Así lo comprendieron, por ejemplo, los inmigrantes que hicieron de Buenos Aires un crisol de lo europeo con lo criollo. Así también lo hacen los colombianos que irradian música y entusiasmo con sus iniciativas culturales por el mundo y de quienes nos llegan noticias a través de Redes Colombia (www.redescolombia.org).
Estimula ver el mundo como un territorio que es de todos cuando se comparten símbolos y problemáticas. Un tango que habla “del afán de dar amor” o el drama de un puñado de africanos que naufragan en el Mediterráneo tratando de llegar a una isla italiana pueden tocar las fibras de cualquier ser humano. Y esto hace que sucedan cosas que, pensadas en modo local, tienen resonancia global. Ejemplo de esto fue el encuentro “Cultura de la tierra y cuidado de las ideas”, realizado hace poco en Milán, que propició un dialogo entre el Proyecto Utopía y la Organización Libera. La primera es un foro de líderes de distintas partes de Colombia, que se congregan para desarrollar un laboratorio de conocimiento en torno a la tierra. La segunda es la respuesta civil del largo y tortuoso peregrinaje de Italia desde los inmolados jueces Falcone y Borselino, asesinados por la mafia. Libera trabaja en proyectos productivos en los terrenos confiscados a la mafia. Aquí y allá aparecen señales de que junto a “la globalización de la indiferencia”, al decir del papa Francisco, fluye y sobrevive una globalización del compromiso.
*Docente del Programa de Humanidades, UTB
ldealba@unitecnologica.edu.co
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