Columna


Gobiernos Pinocho

RICARDO TROTTI

31 de enero de 2015 12:01 AM

Las mentiras oficiales siguen en la cultura latinoamericana. El desprecio por la verdad de los gobiernos de Argentina, Ecuador, México y Venezuela, se enquistó como política de Estado, con más corrupción e impunidad.

El desprecio por la verdad se ve en el informe anual de derechos humanos de Human Rights Watch. Resalta el deterioro de la democracia en esos países en particular: poderes judiciales politizados, violaciones a la libertad de prensa y expresión, falta de leyes para que los gobiernos den información veraz, transparente, sin manipular datos ni mentir.

La presidente Kirchner fue retratada con nariz creciente en una caricatura de Clarín por vacilar y cambiar ante la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman, que la tenía a ella como encubridora del caso AMIA. En México, el  presidente Enrique Peña Nieto quiso imponer punto final a la masacre de los 43 estudiantes de Iguala, declarando muertos a los desaparecidos, temiendo que la ineficiencia judicial termine con su gobierno.

Y en Venezuela, mientras el titular del Congreso, Diosdado Cabello, trata sin pruebas de librarse de quienes lo acusan con evidencias de liderar un cartel narcotraficante, el presidente ecuatoriano Correa creó un sitio de internet, Somos +, para defender su régimen, al que siente víctima de difamadores. Allí califica toda crítica de mentirosa y todos deben ser súbditos de la verdad oficial; seguidores, partidarios y funcionarios públicos identificarán, desprestigiarán y hasta perseguirán legalmente a quienes en redes sociales critiquen al Gobierno: “Si ellos mandan un tuit, mandaremos 10 mil”.

El desprecio por la verdad es viejo. Tras las intervenciones del INDEC en Argentina y de entidades autónomas en Venezuela, siempre se mintió sobre la inflación, pobreza y otras estadísticas, cuando los países perfeccionan y aprecian la exactitud y cruce de datos para remediar problemas sociales. Sin datos verdaderos, los gobiernos apelan a la propaganda.

El escritor Martín Caparrós argumentó sobre los efectos de las mentiras oficiales. En El País se refiere a “la devaluación de la palabra del Estado”. Acusa al gobierno de Kirchner de ser “una fábrica de ficciones”, y sobre los excesivos discursos de C. Kirchner dice que la “palabra presidencial se va degradando hasta convertirse en ocasión de chistes malos o, en el mejor de los casos, en un ruido de fondo”.

Todo gobierno devalúa su palabra, de ahí el declive de la popularidad. Pero en los populistas, amantes de cadenas nacionales, discursos interminables y propaganda, la palabra mal usada degrada y polariza a la sociedad. No hay extremo más ejemplarizante que el de Venezuela, donde Nicolás Maduro usa el odio para acusar y perseguir a opositores, y el histrionismo para respaldar su revolución mediante un Hugo Chávez encarnado en pajarito.

La mentira tiene patas cortas. Tarde o temprano rendirán cuentas por más que crean que una mentira dicha mil veces se vuelve verdad, como decía el nazi Joseph Goebbels.

En esta época digital, los gobiernos Pinocho verán mermada su credibilidad aunque digan la verdad, así como al pastorcito de la fábula nadie le creyó al gritar que el lobo devoraba a sus ovejas.

trottiart@gmail.com
 

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