Hace 20 años llegaron a Cartagena las Hermanas Misioneras de la Sociedad de María, nacidas en Oceanía, y a quienes cariñosamente llamamos las ‘Hermanas Maristas’. Llegaron con alegría a sembrar la semilla del Reino en Cartagena. No llegaron a ambientes cómodos, sino a las periferias de la zona sur oriental y más concretamente al barrio El Pozón. Escogieron uno de los sectores populares más extensos de la ciudad, caracterizado por la falta de servicios públicos y de vías, violencia social, presencia de actores armados ilegales, víctimas del conflicto armado, familias en situación de desplazamiento, pobreza extrema, miseria y una ausencia total del Estado. Hace 20 años y aún hoy, algunos sectores, estaban expuestos a las inundaciones por lo cenagoso del suelo.
Durante todo este tiempo de inserción y presencia, tanto en servicios Arquidiocesanos como en la parroquia de Santa Eduviges, El Nazareno y Nelson Mandela, brindaron su servicio misionero hermanas venidas del Perú, Australia, Nueva Zelanda, Ruanda, Italia, Tonga, Isla de Salomón, Samoa, Wallis Fortuna y Trinidad y Tobago.
¿Que sembraron las hermanas con amor y generosidad? La Palabra de Dios en toda su riqueza. Crearon la Infancia misionera y grupos juveniles; comedores para niños y ancianos; cuidaron a los enfermos y adultos mayores; continuaron el programa “leche tetero”; formaron las pequeñas comunidades eclesiales en los 13 sectores de la parroquia; animaron la misión permanente; cuidaron la preparación presacramental; dieron ayuda humanitaria; asumieron la pastoral parroquial e hicieron de la escucha atenta y respetuosa, la herramienta más importante para animar y esperanzar a cada familia.
Cuando les preguntamos: ¿cómo se han sentido en la Misión?, respondieron: “Identificadas con la cultura del pueblo. Acogidas en un ambiente de rica amistad. La alegría siempre nos hizo sentir mejor. Hemos sentido el espíritu misionero tal y como lo sintió María en Pentecostés. Las hermanas han permitido a las familias experimentar, en tiempos difíciles para ellas, la maternidad que necesitaban. Toca seguir dando esperanza y misericordia sin cansarnos, porque el rostro de Cristo aún sangra en esta parte de Cartagena. El próximo 8 de enero finaliza nuestra presencia en esta Iglesia de Cartagena, pero sentimos que nuestro carisma misionero sigue en el corazón del pueblo. Han sido 20 años de bendición y acompañamiento estando presentes y en silencio, entre la gente, tal y como lo hicieron las pioneras de Oceanía.”
¿Qué lecciones nos dejan estas misioneras de palabras humildes y buenas? Reconocer que el servicio misionero es por la causa del Reino; que no basta decir verdades, aunque sean atractivas y deseables; es necesario revisar cómo llevamos la gente a Jesús y cómo pueden captarlo como algo nuevo y bueno; y que no bastan los sermones desde el altar…es necesario oír, acoger y curar la vida de las personas que sufren. ¡Gracias hermanas!
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