Hay una canción que me encanta, que les enseñaron a mis hijas mayores en el colegio y que ahora es una de las favoritas de mi nieta: “Tengo en casa a mi mamá, pero mis mamás son dos, en el cielo está la Virgen que es también mamá de Dios. Las dos me quieren a mí, las dos me brindan su amor, a las dos las quiero y las amo, a las dos las quiero yo…”.
Démosle gracias a nuestras mamás y a Dios por ellas. Ambas nos ayudan a vivir, crecer, madurar en los diferentes aspectos de nuestra vida mediante sus ejemplos, cuidados, amor, enseñanzas, entrega, dedicación, atención y valoración y nos ayudan a vivir con entusiasmo, alegría, optimismo, en medio de esta vida y con fe y esperanza en la vida futura en la eternidad.
Gracias a nuestras mamás y papás se mantienen nuestras familias unidas en el amor. Nos dan la seguridad de sabernos queridos, amados, cuidados, respetados y motivados a desarrollarnos, buscando vivir en el bien, la honestidad, el respeto, la solidaridad y demás valores.
Gracias también a ti María, madre de Dios y nuestra, porque guías nuestro corazón hacia el amor a Dios, a la Iglesia y a las personas, enseñándonos a vivir con sentido de eternidad y acercándonos al corazón de tu amado hijo Jesús. Procuras que nuestra alma aproveche la gracia que Jesús ganó para nosotros, guiándonos a vivir la felicidad, la bienaventuranza que tú experimentas, libre de la esclavitud de pecado, en comunión con Dios.
Si te consagramos nuestra vida, alma, corazón, entendimiento, voluntad, tú, la llena de gracia, nos acercas a tu hijo Jesucristo, para amarlo, respetarlo, adorarlo como nuestro Dios, Rey, Salvador, Redentor, Maestro, Buen Pastor. Hemos podido ver cómo has participado en el crecimiento y maduración de quienes han amado y servido a Dios de manera especial.
Virgen María, eres la obra más bella, la madre más noble, dulce y llena de todas las virtudes, te has manifestado en todos los pueblos de la tierra para invitarnos a convertirnos, siguiendo a tu hijo Jesús para que construyamos el Reino de Dios y su justicia y conquistemos la gloria eterna. Enséñanos a ser como tú, infatigable discípula y misionera, que engendras a Jesús en los corazones de quienes te aceptan.
Agradecemos a Dios por tan especiales mamás y por nuestros hijos, el mayor regalo del cielo. ¡Qué bendecidas somos las mujeres por el don maravilloso de la maternidad! Roguemos a Dios para que, con nuestras madres, ayudemos a la felicidad de los demás, amando y siendo amadas, defendiendo la vida, la dignidad humana, la familia y las virtudes y valores que se desprenden de los mandamientos de Dios, para que estén impresos en la mente y en el corazón de todos y en la realidad cotidiana.
*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.
judithdepaniza@yahoo.com
Comentarios ()