“La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y Él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados”*.
¡Cuánto nos ama nuestro Dios que se entregó a sí mismo para salvarnos! Es la grandeza del verdadero amor: nos entregó todo en la cruz, se quedó con nosotros en los Sacramentos, nos dejó su Palabra para que guiara nuestros pies y alumbrara nuestro camino, nos mandó a su Espíritu Santo para que nos iluminara, consolara, guiara, fortaleciera, acompañara hasta el final de nuestros días.
Que en esta cuaresma nos sumerjamos en la grandeza del amor de Dios, lo vivamos activamente en nuestra vida, recibiendo su gracia, su perdón, su misericordia, su amor.
El pecado es al alma, lo que la más mortal bacteria es al cuerpo. El mejor antibiótico que sana al alma, es el cuerpo y la sangre de Jesús, por eso nos dijo: “Quien come mi carne y bebe mi sangre vivirá para siempre, mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”.
No nos dejemos engañar por falsos ídolos que distraen nuestras mentes y corazones de la esencia de la vida, la conquista de la felicidad eterna, de la santidad, que no podemos conseguir sólo con nuestros esfuerzos, sino que requiere humildad para abrirnos a la fe, esperanza y al amor de Dios, quien mediante su gracia, nos sana por dentro todo lo que nos aleja de Él, para que por su Espíritu disfrutemos los frutos de gozo, paz, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad, dominio propio y amor.
Seamos dóciles al Espíritu Santo para que con su poder podamos restaurar nuestra vida y le demos sentido pleno. Dios quiere rescatarnos del pecado, quiere que nos salvemos, quiere que no nos dejemos engañar por el demonio, que pinta el pecado con apariencia de bien, pero destruye los corazones, las vidas, las familias, a la sociedad, con antivalores, egoísmos, envidias, violencias, vulgaridades, deshonestidades, injusticias. Dios es más poderoso, nos ilumina la conciencia, nos hace llevarle el corazón contrito, lo sana, lo restaura y nos guía por el camino del bien.
La virgen María pudo conservar su alma limpia, gracias a su docilidad al Espíritu Santo, porque estaba llena de la gracia de Dios, por eso el ángel le dijo:” llena de gracia, el Señor está contigo”, que ella sea nuestra maestra en humildad, obediencia, oración, mortificación, pureza, caridad, paciencia, sabiduría, dulzura, para que tomados de su mano, lleguemos a Jesús con las debidas disposiciones en nuestra alma. Ella, la más feliz y bienaventurada de todos los mortales, desea que sus hijos también lo seamos y podamos vivir la grandeza del Amor de Dios.
*Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21
*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.
judithdepaniza@yahoo.com
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