Columna


Guerra de palabras

MAURICIO CABRERA GALVIS

02 de agosto de 2015 12:00 AM

La propuesta del presidente Santos de desescalar el conflicto y el lenguaje va más allá de los argumentos de quienes la critican o caricaturizan, pero el Gobierno no ha podido comunicárselo con éxito a la opinión pública.

Los críticos tendrían razón si fuera solo usar un lenguaje más moderado para referirse a las Farc y a los paramilitares y dejar de llamarlos terroristas o bandoleros. Tampoco es para no calificar de delito atroz asesinar diez soldados indefensos o masacrar 300 personas hoy enterradas en la escombrera de Medellín.

Cambiar el nombre no resuelve nada, ni se vuelve al paraíso de Macondo cuando “el mundo era tan reciente, que muchas cosas no tenían nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Atentar contra la población civil es y seguirá siendo terrorismo; asesinar miles de inocentes para mostrar la seguridad democrática es y seguirá siendo un delito de lesa humanidad.

Pero cuando el presidente propone que ayuda a acabar el conflicto hablar del contrario con amabilidad, plantea algo más que cambiar las palabras: es cambiar los marcos para ver el conflicto armado.
George Lakoff es un lingüista y especialista en ciencias cognitivas que analizó la gran influencia de los “marcos” en la política. Él define los “marcos” como “estructuras mentales que le permiten al ser humano entender la realidad (…) y que determinan nuestro comportamiento en las instituciones y situaciones sociales”.

Un ejemplo de Lakoff es Bush invadiendo a Irak. Un “marco” es la guerra contra el terrorismo, que justifica las mentiras sobre armas nunca encontradas, o Abu-Graihb y las atrocidades del ejército. La alternativa no es verla como una ocupación sin un ejército que lucha contra un enemigo, sino una fuerza invasora que lucha contra patriotas que se resisten a la invasión.

Aquí, el enfrentamiento armado de más de 50 años entre Estado y guerrilla se puede ver en el marco de cruzada contra el terrorismo, de Bush, o como un conflicto interno degradado pero con raíces históricas y sociales que deben reconocerse.

En la primera visión la única salida es acabar con los terroristas, o que se pudran en la cárcel; el lenguaje es arma poderosa y hay que repetir que son terroristas y narcotraficantes, para deshumanizarlos y justificar acribillarlos; así se justifican guerra y falsos positivos.

Pero cuando se reconoce que en Colombia hay un conflicto interno, se puede negociar con el contrincante. No es aceptar sus ideas ni métodos terroristas, sino reconocerlos como personas con las que hay que negociar acuerdos y acabar el conflicto.
Más que desescalar, el lenguaje necesita cambiar el marco de guerra por el de negociar. Humanizar el conflicto es reconocer que los contrarios también son humanos.

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS