Columna


Guías: ¿al otro sendero?

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

09 de diciembre de 2012 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

09 de diciembre de 2012 12:00 AM

El turismo de cruceros tiene dos caras con arrugas y forúnculos, porque tanto los visitantes como los guías intercambian quejas con pros y contras que las autoridades, con la ley en la mano y la sensatez en la mollera, habrán de solucionar pronto.   un lado del cuadrilátero, los cartageneros que dudamos de que las excursiones marítimas le dejen a la ciudad algo que compense las incomodidades que sufrimos con las restricciones en los días de buque, aguardamos una decisión. Los excursionistas reparten monedas a las estatuas humanas que se embetunan en las esquinas, pero no se hospedan en los hoteles, ni comen en los restaurantes, ni usan taxis. Compran una esmeralda en una joyería, una mochila en las bóvedas, besan a una palenquera en la frente y, como los marineros de Neruda, se van. 
La tensión ha llegado al extremo de que las líneas de navegación amenazan con retirarse por el caos vehicular que achica el tiempo de permanencia en tierra, y los guías pujan porque se conserve la ruta de llegada al centro histórico. Nos quieren sacar del muelle –han dicho en alta voz. 
Por la amenaza de las líneas surgió, a principios de este año, la propuesta de trasladar a los turistas en catamaranes desde el puerto hasta el muelle de La Bodeguita, y huir de los embotellamientos en Manga y otros puntos críticos en horas de congestión. Los guías chillaron entonces y volvieron a chillar ahora que se recalentó –suponemos que por insistencia de los navieros y los operadores– la controvertida ocurrencia.
El viceministro de Desarrollo y Turismo y el alcalde hablaron de diálogo, debates razonados y acuerdos equitativos, pero dejó mal sabor que, antes de abrirse la discusión con los guías, se reunieran ambos, a puerta cerrada, con los directivos de la Sociedad Portuaria y dejaran flotando en el ambiente la presunción de que se estaban marcando las cartas, pudiendo haberse sentado todos, de una vez, a botar corriente y tratar de entenderse.
Buen juicio, argumentos, ponderación y flexibilidad con firmeza son los ingredientes de una buena concertación. Prescindir de ellos sería precipitar un drama de clases enfrentadas que nuestros dirigentes, empresarios y asalariados no elevan nunca, por desgracia, a un plano de conciencia, pese a que la política, el capital y el trabajo son categorías bien marcadas.  
Si aspiramos a sostener el nivel de nuestro turismo sería irracional matarle a la comunidad sus posibilidades ocupacionales, o alborotarle los factores desencadenantes de protestas agresivas. No podemos impulsar saltos de la formalidad laboral al otro sendero, el de la informalidad. Nos toca fomentar el empleo, no desestimularlo. Hagamos un ejercicio de convivencia que acorte la brecha entre las injusticias sociales y las afrentas del mercado.
El cambio que significó desarraigarnos de la sociedad tradicional ha promovido la aparición de núcleos atípicos de poder que se sienten con derecho a suplir el Estado y las entidades territoriales. No nos ceguemos: albergamos en el mismo perímetro una opulencia que absorbe y unos anillos periféricos que cada minuto se deprimen más, y eso es pólvora susceptible de explotar si el juego se torna excluyente y atentatorio de formas claras de actuación.

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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