Definitivamente no hay nada más goloso que los ojos de los viejos. Un viejo amigo, que ya no está, tenía el hábito de observar desde su casa hermosas damas en ropa deportiva, cumpliendo un ritual matutino de ejercicios físicos. Confesaba su diaria contemplación de las garbosas féminas simulando disgusto y protesta.
Llegaba en simpático arrebato a aparentar perturbación, anunciando una tutela contra las “observadas”, porque incurrían en un atentado contra la tranquilidad pública.
Nos habíamos propuesto no tocar más el tema de la vejez para no fastidiar, pero a riesgo de confirmar a lectores fraternos el feroz impacto que nos han causado los años, no nos resistimos. Gustavo Méndez, científico y humanista, comentaba en sabrosa nota que los viejos nos enamoramos. Sí, claro que sí. Además de refunfuñar, manejar achaques y neurastenias, nos alegramos, porque todavía estamos en el mundo, así nos endilguen inexistente verdor.
Siguiendo con la obsesión que nos posee, comenzamos a sentir una sospechosa simpatía por cosas viejas. Vemos con ternura las casonas vetustas, y los cachivaches ambulantes que antes fueron espléndidos buses y camiones.
Sin duda padecemos un síndrome de identidad con esos automotores cuyo retiro exigen autoridades severas. Cuando hemos conversado con los dueños de esos armatostes en vía de extinción, todos ponderan su afecto por el vehículo con una tesis unánime: el motor está perfecto…el problema es la latonería, y a renglón seguido rematan: “ese material ya no viene; los nuevos no se pueden comparar”.
Nos referimos a esto para destacar la tanguera reflexión sobre el triste sentimiento de los barcos viejos que “sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir”. Pero si bien es dolorosa la discriminación con los vejetes, es infame y nada caballerosa alguna postura con las damas de cierta edad.
En una reunión reciente reconocíamos con sana admiración y respeto, lo bien que estaba una señora amiga. Había algunos jóvenes que con desconsideración para con ella y burla para nosotros nos replicaron: ¿Qué quieres decir? ¿Qué está buena? y….. carcajadas.
Cada edad tiene un encanto, y a su antipático argumento de hacer cambios en las edades para el reinado de belleza, repusimos: ¿Cuál es la edad en que las mujeres se vuelven momias o estatuas? Siempre hemos acogido con simpatía las voces de la juventud, anotando que dura poco. Claro que estratégicamente no exageramos por representar a la vejez, que parece dura.
Así como confesamos que el ojo se nos vuelve loco viendo jovencitas sandungueras, la serena hermosura de una mujer mayor seduce, y cautiva. Esto lo gritamos a los cuatro vientos, porque el ojo no tiene que dar explicaciones, y tiene, para usar una frase, desgraciadamente, muy de actualidad: “licencia para matar”.
abeltranpareja@gmail.com
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