Columna


¿Hacia dónde vamos?

TATIANA NÁJERA CARDONA

10 de julio de 2013 12:00 AM

TATIANA NÁJERA CARDONA

10 de julio de 2013 12:00 AM

En la toma de decisiones irreversibles, se debe reflexionar. ¿Votar vale? ¿El valor del voto está en la conciencia?
¿Mi bienestar, o el común? ¿Cultivamos para disfrutar a largo plazo, o beneficiarnos ahora, y más adelante ver qué pasa?
¿Es justo que los más afectados legitimen a quien más afecta?
¿Tiene sentido que en una sociedad que le apuesta al desarrollo humano y crecimiento económico, quienes tienen la información la aprovechen y se aprovechen de quien no tiene acceso? Sucede en parte, porque a veces nos beneficia su desinformación.
¿Vale la pena la “competencia imperfecta”, aprovechando las oportunidades y la ventaja social, para competir con quien no tiene información ni recursos para cerrar brechas? ¿Sobre qué queremos construir nuestro mundo?
Nuestra cultura política pelea entre ideales y realidades. Tememos escuchar lo que sentimos, por evitar ser gobernados por quienes consideramos no óptimos para delegar el poder. Esto es cuando preguntamos la inclinación hacia algún candidato, o si se está informado sobre sus propuestas. La mayoría responde: “no me gusta ninguno, por eso no voto”; “toca votar por el menos malo”; “quiero votar en blanco, pero este voto no sirve”. O peor, “voto por quien me beneficie”, y la respuesta común de los más afectados es “yo nunca voto”.
Esto define nuestro futuro y el de próximas generaciones, sin ver avances, porque causamos este círculo vicioso.
El mayor deber no lo tiene el gobernante, el cambio es de los ciudadanos. El gobernante ejecuta y ordena los intereses de la sociedad que representa, pero debemos legitimar nuestro voto, dar un voto de opinión, hacer veeduría a la gestión de la autoridad, y sobre todo, informarse e involucrarse, sin esperar ver hacer, sino hacer. No hacer es peor error que los de aquellos a quienes les dimos el poder. Si no damos, no podemos exigir y estaríamos condenados al silencio.
Hay quienes se dicen apolíticos por disgusto con el entorno político, pero como sugiere Aristóteles, “El ser humano es político por naturaleza” y se demuestra en el mismo desacuerdo con el régimen en el que viven, y desde pequeños con las normas del hogar. Ningún ser humano puede vivir naturalmente sin política de vida, y es importante rehacerse la pregunta y revisar nuestro papel como ciudadanos de una sociedad que necesita mejorar para todos.
En nosotros y en las generaciones que se forman está el reto de reinventar nuestro futuro. En política, como en la vida, se deben cerrar ciclos, o nuestro futuro siempre será una fotografía envejecida del presente.
Este 14 de julio ejerceremos nuestro derecho y deber como ciudadano, ¿o dejaremos que otros sigan definiendo el porvenir de nuestra sociedad?

*Politóloga internacionalista, Máster en Negocios Internacionales
tatiananajeracardona@hotmail.com

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