Columna


¿Hasta cuándo?

LIDIA CORCIONE CRESCINI

20 de marzo de 2018 12:00 AM

Todos los días al despertarme, evoco el verde esperanza y mis deseos son porque las cosas fluyan sin tanto perendengue ni traba; una lista con todos los fierros de los que aún dispongo, estructuran ilusoriamente lo que es posible para mi Cartagena y que no se da. No sé si es por falta de autoridad, supervisión, control, mano dura; o es porque muchos de los que deben tomar medidas, están involucrados en todo lo malo que sucede en nuestras narices y entonces, sale a relucir el cuento del pastorcito mentiroso, abanderando su retórica con excusas y más excusas, haciéndole el quite a una realidad convertida en circo, arenera, zoológico, todos le hacen el quite, todos capotean, todos hacen malabares y todos celebran por los triunfos. Ahora seguramente en lo poco que falta del período del alcalde, llegará a gobernarnos el mago Merlín, de la mano del rey Midas, y en menos de lo que canta un gallo, Cartagena saldrá a flote…Otro de tantos mitos a los que hemos estado sometidos en esta tierra que todo lo entierra y sin ser del olvido, está enajenada. ¿A quién le importa?

Me siento feliz por el Viaducto del Gran Manglar, desde muy temprano y durante toda su construcción soporté a diario los trancones y los desesperos propios y de los niños que me acompañan en la ruta escolar. Fueron días muy difíciles, pero todos decíamos que el resultado sería maravilloso y así ha sido, es una obra espectacular que sobrevuela las aguas tranquilas de la ciénaga y emite destellos contrastados con el sol que coquetea detrás de su estructura, se ve hermoso, además viable y ágil en la movilidad. Sin embargo, el viernes 16 de marzo del año en curso, mirando por la ventana, me vuelvo a encontrar con una escena deplorable, solo posible en esta ciudad por lo expuesto anteriormente. Dos hombres con machetes en mano, cortaban los mangles y otros dos arrojaban escombros y basuras a la orilla de la ciénaga, “rellenando” para seguir con el negocio, por aquello de la prescripción adquisitiva de dominio. Más adelante un taller, un casino a la intemperie donde todos juegan dominó, parqués y quién sabe si hay alguna gallera, para rematar lo que aquí sucede, que es muy macondiano, estamos acostumbrados y heredamos la viveza y suspicacia muy propia del vivo que se come al bobo. Me imagino transitando por el viaducto, obra magnánima, con vista hacia un pesebre bordeando la orilla. Entonces los residentes y foráneos se condolerán y recordarán la canción que dice…” Qué triste vive mi gente, en las casas de cartón”. Mientras, ronda por algún lado Pedro Navaja acompañado de algún caballero de cuello blanco. ¿A quién le importa?

*Columnista

LIDIA CORCIONE*
licorcione@gmail.com

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