Columna


Hay cartageneros

CARMELO DUEÑAS CASTELL

09 de agosto de 2017 12:00 AM

La primera vez que supe del cuento del balde de cangrejos fue leyendo un editorial de El Universal, hace varios años. Describía tan perfectamente la conducta social de los cartageneros que creí que había sido inventada para nosotros. Tonto de mí.

Según parece, las primeras descripciones del balde de cangrejos la hizo el escritor americano Walter Lionel George, hace más de 100 años. Los mexicanos la han asumido como propia y despectivamente comparan su balde de cangrejos con el de los americanos y japoneses. Ha tenido múltiples usos en psicología, sociología, filosofía y antropología.

El síndrome, metáfora o teoría dice que no es necesario ponerle una tapa a un balde lleno de cangrejos puesto que será imposible que escapen. Cualquier cangrejo, por sí solo, fácilmente podría salir y si lo ayudaran sería mucho más sencillo. En cambio, los cangrejos desarrollan una carrera suicida y frustrante para que ninguno pueda escapar del balde. Cuando uno trata de salir y está llegando al borde los de abajo lo jalan y lo hacen caer para que no salga. Igual puede ocurrir con los seres humanos, con una sociedad o un grupo. Así, cuando alguien se destaca los miembros del grupo harán todo lo posible por menoscabar, disminuir sus logros o peor aún, enlodaran la importancia de sus éxitos por envidia o ambición.

Algo parecido le pasó a Prometeo. El mejor de los titanes. El más astuto de todos sus hermanos, sin temor alguno por los dioses, reconocido en la mitología griega como amigo y, según algunas versiones, creador de los mortales. Engañó varias veces a los dioses para favorecer a los humanos. Una vez Prometeo subió al monte Olimpo, robó el fuego de los dioses y se lo entregó a los hombres para que pudieran calentarse y cocinar los alimentos. Por ello Zeus lo castigó. Hizo que llevaran a Prometeo al Cáucaso y que Hefesto lo encadenara y envió un águila para que se comiera el hígado de Prometeo. Claro, como Prometeo era inmortal su hígado se regeneraba cada noche y el águila volvía todos los días a comérselo. Un castigo eterno, un sufrimiento infinito y renovado diariamente. Afortunadamente Heracles, hijo de Zeus, lo liberó disparando una flecha al águila.

Tengo la certeza que en Cartagena tenemos líderes competentes para regresarnos el fuego y brindarnos un mejor futuro. Pero, por alguna razón inexplicable, los escogemos tan mal que, diariamente, nos sacan hasta las entrañas y nos roban la esperanza. Además, cuando algún cartagenero se destaca lo desconocemos, criticamos u opacamos. De los últimos años deberíamos aprender que no podemos seguir equivocándonos; y ahora, cuando estamos a punto de voltear el balde boca abajo y quedar todos sepultados, quiero creer que ahora sí tendremos dirigentes capaces de salir del balde, ver lo que hay fuera de él y hacernos surgir a todos.
 

 

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS