Columna


¡Hay que perdonar!

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

02 de octubre de 2016 12:00 AM

El Papa Francisco nos exhorta a no seguir siendo un pueblo con el alma herida. El cardenal, Secretario de Estado, Pietro Parolín, nos ha dicho en la liturgia de oración, previa a la firma del acuerdo con las Farc: “Creo que todos los que estamos aquí somos conscientes que, en el fondo, estamos sí al final de una negociación, pero también al inicio de un proceso, todavía abierto, de cambio, que requiere el aporte y el respeto de todos los colombianos”.

Quienes reconocemos que Jesús es nuestra paz, sabemos que todo encuentro con él es una experiencia profunda de perdón. Sus amigos más cercanos que lo traicionaron, negaron y huyeron, lo experimentaron siempre como aquel que los perdona y les ofrece paz y salvación. Jamás les reclamó su abandono y cobardía, ni les exigió reparar la injuria. Cada encuentro con el resucitado fue una “amnistía” en el sentido más estricto del término: olvido total de la ofensa recibida. Paz a ustedes, es un saludo de perdón, pacificador y salvífico, que pone alegría y esperanza en la vida de  los discípulos de Jesús.

Es un pesar que Colombia no sea capaz de valorar bien el perdón. No es, el perdón, “la virtud de los débiles” que se resignan y se doblegan ante las injusticias porque no saben luchar y arriesgarse. Después de 52 años, matándonos en todas las formas, fracasaremos sin el perdón.

No avanzaremos manteniendo la violencia, el endurecimiento y la destrucción. Tenemos la responsabilidad de introducir el perdón al implementar los acuerdos, en la acogida de los “abyectos con anhelos de humanidad” y en la preparación de las comunidades. 

Cuando oí a Rodrigo Londoño, Timochenco, ofrecer perdón y ver los recientes testimonios de Bojayá y la Chinita, entendí que este perdón no sólo liquidaba un conflicto pasado, sino que despertaba la esperanza y las mejores energías en las víctimas para perdonar y en los victimarios que se sienten perdonados. El perdón, dado de veras y con generosidad, es, en su aparente fragilidad, más vigoroso que toda la violencia del mundo. Jesús nos enseñó que la paz no surge de la agresividad y la sangre sino del amor y el perdón.

Colombia ha de recuperar la capacidad de perdonar y de recordar de un modo diferente. El proceso, en una nación muy polarizada, deja una lección: la verdadera paz no se logra cuando unos hombres vencen a otros, sino cuando juntos tratan de vencer las incomprensiones y agresividades que desencadenaron.

La paz llegará con la determinación de superar el pasado. Nuestra dignidad como pueblo pasa por ser capaces de hacer juntos un esfuerzo amplio y generoso de mutua comprensión, acercamiento y reconciliación. La tarea inaplazable es reivindicar la fuerza social y política del perdón. Colombia acogerá a Francisco.

*Director del PDP del Canal del Dique y Zona costera

ramaca41@hotmail.com

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