Columna


Hoy como ayer

CARMELO DUEÑAS CASTELL

24 de septiembre de 2014 12:02 AM

Simón Bolívar, en agosto de hace ya muchos años, fue capaz de declararse dictador con la intención de ser presidente vitalicio. A los cuestionamientos sobre la ilegalidad de sus actos el libertador de la patria adujo que sus acciones podían no ser legítimas pero sí populares. Como siempre, ante una acción se genera una reacción. Unos pocos fueron capaces de gestar un natural rechazo contra el padre de la patria, inicialmente soterrado, luego organizado en reuniones secretas denominadas “Sociedades de Salud Pública” y por último un plan orquestado por sus otrora amigos, discípulos y subalternos terminó en la famosa conspiración septembrina, la unión de intelectuales, soldados y líderes disgustados y enemistados con el dictador por sus exabruptos de poder y posibles injusticias.

La oposición al dictador y la intención de sus enemigos quedó plasmada en una famosa estrofa de Luis Vargas Tejada: “Si de Bolívar la letra con que empieza y aquella con la que acaba le quitamos, oliva de la paz símbolo hallamos. Esto quiere decir que la cabeza al tirano y los pies cortar debemos si es que una paz durable apetecemos”. De ese tenor llegó a ser la oposición que generó la intención del fundador de naciones de perpetuarse en el poder.

Así, amparados en la oscuridad de la noche del 25 de septiembre de 1828, una docena de civiles y más de 20 militares fueron capaces de forzar la puerta del palacio presidencial, asesinaron a los guardias y buscaron infructuosamente a Bolívar. La providencia permitió que Manuelita despertara al Libertador y lo ayudó a escapar. Lo que siguió a esa nefasta noche fue una cacería de brujas. Múltiples arrestos. El Estado fue capaz de inaugurar una época de terror en la cual cayeron por igual culpables e inocentes sometidos a juicios y procesos en que la justicia fue no solo ciega, sino sorda y muda, y también manipulada por un consejo de ministros de predominio venezolano. Esto contribuyó, aún más, a agigantar la distancia entre neogranadinos y venezolanos con lo cual se abrió paso a la renuncia de Bolívar y se inició el colapso y disolución de la Gran Colombia.

El 25 de septiembre de 1983, el gobierno salvadoreño y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) firmaron el acuerdo de Nueva York para una paz negociada. Así lograron poner fin a una guerra de diez largos años y que dejó más de 75.000 salvadoreños entre muertos y desaparecidos.

Colombia se encuentra en guerra hace más de 50 años. Son muchos más muertos y desaparecidos que en el Salvador.

Hoy, como nunca antes, los intentos de lograr un acuerdo de paz parecen más cerca de hacerse realidad. Sin embargo, hay demasiados intereses en juego, millones de colombianos víctimas y unos victimarios incapaces de reconocer sus acciones para un proceso que implica verdad, justicia y reparación. ¿Seremos capaces de alcanzar la tan esquiva paz?

*Profesor Universidad de Cartagena

crdc2001@gmail.com

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